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Mitos sobre lo masculino y lo femenino

Las tareas domésticas y otras similares impuestas como obligación a las mujeres nunca han carecido de importancia, pero siempre se han considerado secundarias. En la estructura milenaria de las relaciones sociales a la que llamamos patriarcado, la producción, la calle, el trabajo remunerado y la vida pública se reservan para los hombres; de la misma manera, la reproducción, el hogar, los cuidados personales, la vida privada, se asignan a las mujeres.

En torno a lo masculino prevalece el mito de que la producción, la fuerza, la inteligencia, la razón y la creatividad hacen trascendente sólo a lo masculino y a los hombres superiores.

Sobre lo femenino, en cambio, se mantiene y alimenta la leyenda de la reproducción que convierte a lo femenino en intrascendente por considerarlo natural, instintivo e irracional, lo que define a las mujeres como inferiores.

Estamos hablando de todos los sistemas de creencias (tradicionales, religiosas y aún científicas), que devalúan y confieren poco o ningún prestigio (o incluso desprestigian) a lo femenino y a las mujeres.

Por milenios se ha hecho a los hombres especialistas de la construcción cultural, la ley, el gobierno, el poderío, el dominio, la violencia y la civilización, y se les ha convertido en imagen de todo eso. En tanto, las mujeres han sido expropiadas de sus facultades y posibilidades de también construir cultura y de intervenir también en los procesos civilizadores de la humanidad, y se les negó el reconocimiento de que lo hacen aunque el hecho se oculte. Así, al mismo tiempo se adjudica a las mujeres la especialización reproductiva obligatoria, que convierte todo lo femenino en reproducción natural.

Lo natural y lo cultural

Como en el cuerpo de las mujeres se realiza la parte más notable y prolongada de la reproducción biológica de los seres humanos porque así lo impone la naturaleza, se cree y se establece como norma de vida que la reproducción cotidiana de la vida humana es también imposición natural.

Sobre esa base se construyen creencias como éstas:

  • Todo lo que hacen las mujeres, incluso lo que se les exige hacer por costumbre o por leyes muy diferentes en cada sociedad, está regido por la naturaleza.
  • Así fue siempre en todas partes y siempre tendrá que ser así.
  • Siendo natural y eterno, lo que las mujeres están obligadas a aceptar y el valor que se les adjudica, es indiscutible y por eso nadie piensa en ello: ni siquiera se ve, porque lo natural, lo rutinario, lo inmutable, lo indiscutible, es invisible en la cotidianidad y en la historia.

Consecuentemente, como todo lo natural e indiscutible, el trabajo de las mujeres, sus aspiraciones, sus deseos y muchas de sus necesidades fueron invisibilizados en la historia de las sociedades.

Se cree en cambio que la participación masculina en la procreación, aunque momentánea, resulta de la voluntad con que los hombres realzan sus facultades y poderes sociales, que son parte de la historia y no de la naturaleza; conforme a la misma creencia, esto es así porque los hombres son por naturaleza propietarios del mundo y de la humanidad, y por ello lo que hacen es siempre visible aunque sea sólo en el apellido de los hijos.

La opresión, la doble opresión, la opresión múltiple

En ese complejo e inconcluso proceso iniciado durante la prehistoria, las mujeres han sido relegadas a condiciones de dependencia, subordinación, exclusión y discriminación tanto en las costumbres cotidianas y en la creencia de su naturaleza inferior, como en las leyes y en la estructura de la organización social a la que llamamos Estado.

Cualquier ser y cualquier grupo social que se hallen ubicados en tales condiciones, son sujetos de opresión. Como en el caso de la opresión genérica, todas las opresiones suelen justificarse con discursos en los que se adjudica a los oprimidos ciertas características definidas como naturales e inferiores. Es el caso de los indios, los negros y los miembros de minorías nacionales, étnicas, religiosas, lingüísticas y de otros tipos en algunos países. Como las mujeres de los grupos oprimidos también viven la condición femenina, son sujetas de una doble opresión. Imagínese la situación de las mujeres indígenas mexicanas que viven en Estados Unidos y, documentadas o indocumentadas, trabajan a cambio de un salario: con su opresión genérica se conjugan, cuando menos, las opresiones étnica, nacional y económica que comparten con los hombres de su comunidad. Ellas son, pues, sujetas de una opresión múltiple en la que se concretan su condición femenina y sus situaciones vitales cotidianas de mujeres.

Cambios para las mujeres en el último siglo y medio

No todas las mujeres han permanecido siempre en los cautiverios a los que se las ha confinado y en los que se pretende mantenerlas sometidas, distanciadas unas de otras e incluso en rivalidad mutua. Sin embargo, ha sido sólo en el contexto de los grandes conflictos bélicos de los últimos 150 años cuando las mujeres iniciaron el reconocimiento de su propia condición histórica. Ello las llevó a la crítica de las creencias y las formas de vida a las que se han visto restringidas.

En las épocas más recientes, este proceso feminista se hizo notable en un principio, con los movimientos sufragistas cada vez que las mujeres buscaban y obtenían el derecho a votar y ser electas a puestos de responsabilidad política en diferentes países. De las mismas fechas datan las primeras elaboraciones teóricas que desarrollan el concepto de condiciones históricas referidas a sujetos sociales.

A partir de esas formulaciones, Alejandra Kollontai, la primera mujer que ocupó un ministerio de gobierno en el mundo, investigó la historia de la condición de la mujer y de las situaciones vitales de las mujeres en distintas épocas, sociedades, culturas y clases sociales.

De las reflexiones hechas durante las movilizaciones de las mujeres organizadas en la Rusia de la primera postguerra, emergieron leyes en torno a lo que entonces se llamó la emancipación de las mujeres (igualdad sexual, política, laboral, de movilidad, y plenos derechos civiles de las mujeres, incluido su derecho a la maternidad voluntaria).

En aquellos momentos se definieron por vez primera los derechos específicos de las mujeres. Se trata del reconocimiento de que las mujeres, debido a su condición de género y a sus situaciones vitales, tienen necesidades propias y derechos que sólo ellas precisan y deben ejercer. Sobre estas bases se sentaron los principios de una legislación que ha ido desarrollándose y extendiéndose cada vez más aunque aún no completamente ni en todos los países del mundo.

También de especial relieve fue la labor de Eleanor Roosevelt y de algunas delegadas latinoamericanas cuando, recién constituida la Organización de la Naciones Unidas (ONU), lograron transformar el término Derechos del Hombre (creado durante la Revolución Francesa) en el de Derechos Humanos.

Así la ONU humanizó en su documento básico a las mujeres (ignoradas en la Declaración Universal de 1789) asignándoles los mismos derechos que antes sólo se referían a quienes podían ser ciudadanos, es decir, a los hombres.

Casi al mismo tiempo, Simone de Beauvoir publicaba su obra El segundo sexo, en la que construyó el primer discurso filosófico sobre las mujeres desde la óptica de las mujeres.

Parte imprescindible de la concepción de esta filósofa es el análisis de lo que es determinado por la biología (naturaleza) y de lo que es construido en la cultura, incluido el psiquismo femenino.

De Beauvoir muestra las falacias del biologismo determinista, que establece que todo en la vida humana está determinado por la naturaleza, los instintos y la anatomía. De Beauvoir discute con el marxismo clasista por haber excluido a la mujer como sujeto histórico, y exhibe las limitaciones del psicoanálisis freudiano basado en el postulado de que el psiquismo masculino es universal, paradigmático, referente único de lo humano, mientras que el femenino se basa en la simple carencia de lo masculino.

Con todo ello, Simone de Beauvoir construyó un soporte teórico, original y sólido, para interpretar la historia de las mujeres y su presencia protagónica, a partir de una concepción bio-socio-psico-cultural resultante de una visión histórica incluyente y globalizadora sobre la condición femenina.

De esta profunda y amplia reflexión filosófica derivó en breve tiempo la formulación general de la política feminista contemporánea: construir la modernidad de las mujeres. Esta sólo puede basarse en su autonomía respecto de los hombres y de las instituciones, en su libertad sexual, en el desarrollo de su capacidad para tomar decisiones sobre sus propias vidas, en el ejercicio de su plena ciudadanía, y en su transformación en seres-en-el-mundo.

Acababa de concluir la Segunda Guerra Mundial. El mundo estaba envuelto en una atmósfera desoladora por la violencia y la destrucción recién vividas, y a la vez esperanzadora porque la paz ofrecía nuevos horizontes, como después de la Primera (que iba a ser la última de las últimas).

En algunos países, durante las dos guerras millones de mujeres habían ocupado en la industria los puestos dejados por los hombres enviados al campo de batalla. En la línea de producción ellas descubrieron que podían realizar las mismas tareas productivas que sus padres, hermanos, maridos e hijos. Y también que sus salarios podían permitirles ser económicamente independientes y tener en casa la importancia que sólo se asignaba a quienes se veía como los únicos proveedores.

Más y más mujeres movilizadas para reivindicar sus propios derechos, colectivamente elaboran desde entonces nuevas concepciones sobre sí mismas, formulan alternativas políticas e inventan formas originales de organizarse y de actuar.

Kollontai durante la segunda década de este siglo, De Beauvoir durante los años cuarenta y Roosevelt y las delegadas latinoamericanas en la ONU durante los cincuenta, analizaron lo fundamental de los universos femeninos, teorizaron sobre ellos y coadyuvaron a las búsquedas de las mujeres con importantes elementos intelectuales y políticos para sus movilizaciones modernas. No fueron las únicas. Aquí se mencionan sólo como ejemplo de todas aquellas que contribuyeron a que las sociedades y sus instituciones, controladas por hombres, comenzaran a reconocer la existencia de las mujeres y a abrir espacios en los que pudieran transformarse su condición y sus situaciones de vida.

Al conjunto de estos planteamientos y de las movilizaciones que los han motivado y enriquecido a través de las épocas, se le da el nombre de feminismo. En este concepto se sintetiza todo lo que en la teoría y en la práctica está destinado a convertir a las mujeres en seres-para-sí-mismas, en sujetas plenas de la historia. El feminismo es una filosofía, una concepción de la historia y de las realidades sociales, y una propuesta política de transformación de las relaciones genéricas.

Desde luego, el feminismo no es una fe ni una lealtad esencial unitaria, y como parte de él se expresan múltiples corrientes y estilos de hacer ciencias humanas, literatura, arte, política y vida cotidiana.

Del feminismo, como se verá en seguida, no están excluidos los hombre. Ellos mismos se insertan con diferentes visiones en corrientes de pensamiento y de acción que, poco a poco, van confluyendo con los postulados democratizadores del feminismo y ya comienzan a enriquecerlos.

Recordemos como ejemplo que en la época de los primeros movimientos sufragistas, John Stuart Mill formuló sus teorías y sus propuestas en relación con las diferencias sociales, tradicionales y jurídicas, entre hombres y mujeres. Reflexionó sobre la injustica de las desigualdades fundamentadas en diferencias, sobre la necesidad de leyes nuevas en cuya formulación no sólo participaran los hombres sino también las mujeres a quienes esas leyes afectan, y sobre la responsabilidad de hombres y mujeres en la preparación de estos cambios.

Como parte de los movimientos libertarios de fines de los años 1960, con el inicio y el desarrollo del feminismo contemporáneo, también se iniciaron búsquedas sobre la condición masculina y las situaciones de vida de los hombres. Desde principios de la década de 1980, en estas búsquedas comenzaron a intervenir públicamente los hombres; y de sus experiencias a este respecto ha surgido una creciente producción académica y de propuestas políticas, aunque todavía no equiparable con la realizada por las mujeres.

Diversas obras analizan las formas de la masculinidad dominante y más recientemente han comenzado a proliferar aquéllas en que los hombres identifican su sexismo, estructuran su antisexismo, contribuyen a la construcción de la democracia genérica y emprenden acciones concretas como el tratamiento de la violencia.

La producción de grandes hombres, extenso trabajo de Maurice Godelier publicado en 1982, es un libro pionero para la comprensión de la condición masculina y las situaciones de vida de los hombres. Si bien se trata de una descripción etnográfica, su interpretación etnológica da una pauta metodológica para enfrentar la cuestión masculina en practicamente cualquier sociedad, y sus conclusiones anteceden a acciones oficiales y civiles adoptadas desde entonces en diversos países. Godelier vivió varios años entre los baruya de Papúa-Nueva Guinea; la descripción sistemática de las concepciones del mundo y formas de vida (investigación etnográfica) de ese grupo, lo condujo a desarrollar una interpretación etnológica de todo lo que observó; así llegó a la conclusión de que la contradicción fundamental en la vida de esa sociedad es lo que llamó la opresión sexual (él no utiliza el término género ni sus derivados), y proporcionó elementos de comparación (como lo hace la etnología) entre esa cultura y otras más cercanas a la nuestra. Los trabajos de Víctor Seidler (desde 1982), sobre todo los que tratan de la teoría social, la postmodernidad y las masculinidades, son en este momento una de las más importantes avanzadas en lo que se refiere a los estudios sobre la condición masculina.

En años más recientes, otros pensadores, mujeres y hombres, han elaborado el paradigma del desarrollo humano, cuya formulación más amplia incorpora la teoría y la Perspectiva de Género. Este paradigma, que en las ciencias sociales y en la política ha iniciado su vigencia en el presente decenio, es producto de la reflexión de muchos investigadores, sobre todo del grupo formado por unas treinta personas que encabezó Mahbub ul Haq, autor de Reflexiones sobre el desarrollo humano, aparecido apenas en 1995 y los Informes publicados anualmente, desde 1990, por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.

Democracia genérica y acción institucional

En las décadas de 1960 y 1970, con la rebeldía de una juventud dispuesta en todo el mundo a evaluar críticamente las relaciones dominantes en sus sociedades, a imaginar otras formas de interacción humana y a experimentar nuevas maneras de vivir, surgió por todas partes el movimiento llamado de liberación femenina o feminismo contemporáneo. Desde entonces, nuevas aportaciones teóricas y reivindicaciones específicas bien maduradas permiten a las mujeres abrirse espacios en los que se ubican cada vez con mayor vigor como los sujetos sociales y políticos que se les había impedido ser en plenitud, y que aún no son íntegramente.

Esto sucede al mismo tiempo que por el mundo entero se extiende el propósito de democratizar las relaciones humanas, de hacerlas realmente justas y de construir los espacios sociales en que cada ser humano tenga todas las posibilidades de vivir su vida de manera completa y digna.

Hablamos de la construcción de la equidad, la igualdad y la justicia de género, consideradas los pilares de lo que se ha designado como democracia genérica (en las relaciones entre hombres y mujeres), democracia cotidiana, democracia vital (democracia de la vida de todos los días, de la vida entera en todos los espacios).

Cada vez en más programas políticos (partidistas y gubernamentales), en más acciones de organismos civiles y en compromisos adquiridos por los gobiernos en foros internacionales, se asume la Perspectiva de Género como requerimiento para profundizar en los cambios sociales. La meta se ha verbalizado como integración de las mujeres al desarrollo, y también como integración de los géneros al desarrollo.

Tal es la definición de las acciones programadas durante la última década y media para satisfacer necesidades prácticas e inmediatas, en la vía hacia la resolución de las necesidades estratégicas sin las cuales la convivencia humana no podrá ser regida íntegramente por la equidad, la igualdad, la dignidad de las personas y la justicia.

No se trata sólo de ampliar la democracia electoral y participativa, sino también de llevar la democracia a los ámbitos cotidianos de la relación entre ciudadanos e instituciones, en los ámbitos laborales, en todos los espacios públicos formales o informales. Y también en las esferas privadas.

De esta manera, cuando las instituciones asumen la responsabilidad de estudiar la condición femenina y las situaciones de vida de las mujeres, y de poner en marcha políticas destinadas a su transformación, lo que hacen en el fondo es intervenir en favor de la democratización entendida en su sentido más amplio.

Para 1975, los organismos internacionales y algunos gobiernos habían comenzado a emprender acciones públicas destinadas a mejorar la situación de las mujeres. Los lineamientos generales de tales acciones se establecen y afinan desde entonces en foros nacionales e internacionales.

La culminación de este trabajo de más de dos décadas fueron la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo, de septiembre de 1994 en El Cairo, y la IV Conferencia Mundial de la Mujer, realizada en Pekín en el mismo mes de 1995.

Teniendo como terreno de elaboración teórica una extendida labor intelectual en instituciones académicas y de otras índoles, y como escenario de negociación política los foros mencionados, durante los últimos años, los términos género, enfoque de género y Perspectiva de Género han sido de uso corriente entre quienes trabajan para los organismos oficiales y activan en las organizaciones civiles que han integrado de manera paralela esos encuentros mundiales.

La Teoría de Género

A fines de la década de 1960, primero en la psicología y luego en el conjunto de las ciencias sociales, se aceptó que el sexo es una referencia biológica sobre la que se construye la desigualdad social entre hombres y mujeres. Entonces resultó necesario crear el término género para designar todo aquello que es construido por las sociedades en sus culturas para estructurar las relaciones entre hombres y mujeres.

Pero casi en cuanto comenzó a circular, la palabra género pareció volverse sinónimo de mujer, de lo referente a las mujeres, de lo necesario para las mujeres.

Puesto que los primeros planteamientos de las reivindicaciones femeninas vinieron del feminismo, el término género se utilizó también para evadir la palabra feminismo que a algunas personas y entidades les evocaba posturas demasiado radicales. Así, en los discursos administrativos gubernamentales e internacionales, comenzó a entenderse que cuando se habla de género se hace referencia a las mujeres y a algunas acciones tendientes a mejorar en algo las situaciones vividas por las mujeres.

Pero con las intervenciones intelectuales y políticas de las mujeres en estas últimas décadas, pronto quedó claro que en las disciplinas sociales se ha desarrollado la Teoría de Género en la que es necesario enmarcar perspectivas y enfoques cuando no sólo se busca mejorar situaciones satisfaciendo algunas necesidades básicas, sino transformar la condición que hace de las mujeres seres oprimidas, creando las posibilidades de resolver necesidades estratégicas para transformar los fundamentos de las relaciones intergenéricas e intragenéricas (es decir, entre los hombres, entre las mujeres y entre mujeres y hombres).

Quienes han analizado con profundidad la estructura y la dinámica de las relaciones de género, saben que en ellas no están involucradas únicamente las mujeres, y que quienes han escrito sobre la condición y las situaciones de vida de las mujeres se han ocupado en igual medida de la condición masculina y de las situaciones de vida de los hombres.

Porque el género abarca todo lo referente a las relaciones sociales basadas en la diferencia sexual: relaciones de poder cuya característica esencial es el dominio masculino.

A partir de las ideas de las autoras citadas y de otras tan importantes como las de ellas, enriquecidas con el debate de los años recientes y las contribuciones de varios autores, es claro que el género no nos enfrenta a una problemática exclusiva de las mujeres, y que no se trata sólo de que alcancen mejores oportunidades o de que se incorporen a ámbitos de la vida social de los que han estado excluidas.

La Teoría de Género tal como se entiende en esta Guía, abarca los planteamientos teóricos metodológicos, filosóficos, éticos y políticos fundamentales necesarios para comprender el complejo de relaciones de poder que determina la desigualdad entre hombres y mujeres, el dominio que los primeros ejercen sobre las segundas, la condición de preponderancia paradigmática y a la vez enajenante de ellos, y la condición de subordinación, dependencia y discriminación en que viven ellas.

La Teoría de Género permite visualizar a las sociedades y a las culturas en su conjunto, y por lo tanto a todos los sujetos que intervenimos en sus procesos, mujeres y hombres. Es también el punto de partida para ubicarse en la Perspectiva de Género al emprender investigaciones y acciones de cambio. Es, pues, una teoría que busca no sólo entender el mundo de las relaciones de género, sino también proceder a transformarlo.

 

Esta Guía

Bases conceptuales

Esta Guía se basa en la Teoría de Género, entendida en la pluralidad compleja de sus planteamientos y en la incesante acumulación de interrogantes y nuevas respuestas que provee, tal y como se define en los párrafos anteriores

Para transformar la condición femenina y las situaciones de vida de las mujeres, una y otras deben entenderse en todas sus dimensiones. Estas dimensiones son las mismas en que se despliega el dominio patriarcal y, por tanto, la condición masculina y las situaciones de vida de los hombres.

El dominio patriarcal ha establecido una enorme brecha entre el desarrollo real de las mujeres y el de los hombres. Procurar la reducción de esa brecha para anularla, tiene como objetivo inicial el cambio de condiciones de vida de las mujeres en los campos que abarcan los derechos humanos (derecho a la educación, derechos reproductivos y sexuales, derecho a la salud integral, a la tierra y la vivienda, al trabajo, al desarrollo y sus beneficios sociales y culturales - lo que implica antes que nada la superación de carencias y privaciones y la satisfacción de las necesidades vitales -, derechos civiles y políticos, derecho a la autonomía y a la participación social y política).

Cada logro en estos campos es un cambio para las mujeres que incide de manera profunda en la vida de los hombres y en las concepciones dominantes sobre lo masculino y lo femenino. Por ello, cumplir objetivos como los mencionados significa ir en el sentido de cambios sociales y culturales de interés común en la más vasta dimensión en que el bien común significa equidad, igualdad y justicia en todos los ámbitos de la vida humana.

Hoy se ha generalizado la exigencia de que tanto la investigación como las políticas públicas y las acciones de los organismos civiles se hagan con enfoque o Perspectiva de Género, en las que se concreta la Teoría de Género en la práctica académica o política.

Cada día es más claro que no basta con plantear problemas puntuales de las mujeres para que se apliquen los principios de esa teoría. También comienza a ampliarse el examen de la condición masculina y de las situaciones de vida de los hombres como parte de los proyectos con Perspectiva de Género. Pero tampoco basta con ello para que rija esa perspectiva. Lo fundamental es comprender los ejes y la estructura de las relaciones sociales jerarquizadas, y las formas que toman en lo concreto y lo cotidiano los vínculos de dominio entre los hombres y las mujeres, su conceptualización, su institucionalización, sus niveles. Y, desde luego, visualizar las posibilidades reales, las estrategias y las medidas concretas destinadas a desmontar las inequidades, las desigualdades y las injusticias de género, así como a deconstruir la cosmovisión que las sustenta y a establecer relaciones nuevas, basadas precisamente en la equidad, la igualdad y la justicia.

Para recurrir a esta Guía

Por lo anterior, esta Guía ha sido concebida como un instrumento para el trabajo de las personas dedicadas a la investigación, a la coordinación o la dirección ejecutiva, a la toma de decisiones técnicas y financieras, y a las demás responsables de acciones institucionales y civiles.

El objetivo de esta Guía es colaborar con quienes lo necesiten para que puedan compenetrarse en la Teoría de Género y ubicarse adecuadamente en la Perspectiva de Género al diseñar, ejecutar, dar seguimiento y evaluar los proyectos académicos o políticos en que intervengan y que, por lo tanto, estén en alguna media, grande o pequeña, bajo su responsabilidad.

Esta obra ha sido pensada para atender las necesidades tanto de quienes, en cualquier nivel de responsabilidad, trabajan en instituciones gubernamentales y en agencias internacionales, como de quienes lo hacen en todos los tipos de organismos civiles.

Esta Guía no es un instructivo que indique cómo sujetarse a determinadas reglas dejando poco o nada a la imaginación del investigador, del ejecutivo o del técnico.

Todo lo contrario: es tan solo un texto orientador, y quien recurra a ella tendrá que poner en acción su creatividad, su inteligencia y su ingenio para que consultarla le ayude a hallar la solución a problemas puntuales, o a buscar nuevas sendas en sus reflexiones teóricas y filosóficas.

Esta Guía está pensada, en primer lugar, para quienes por la razón que sea precisan conocer a fondo qué es la Perspectiva de Género, cuáles son sus implicaciones teóricas y las posibilidades de acción que abre. Quienes ya han trabajado, aunque sea de manera elemental, desde la Perspectiva de Género, conocen sin duda algunos aspectos de la problemática planteada por la concepción del género. Es posible que entre quienes consulten la Guía haya personas con mayor experiencia que otras, e incluso especialistas en la Teoría y en la Perspectiva de Género. Como se verá más adelante, en esta contribución cada quien, independientemente del nivel de sus conocimientos y de práctica, hallará elementos introductorios y para profundizar en las reflexiones ineludibles cuando se ve cualquier problemática social en la Perspectiva de Género, y también propuestas, orientaciones, sugerencias y recomendaciones para el trabajo cotidiano.

Los capítulos de esta Guía pueden consultarse según lo que el índice le sugiera a cada quien en relación con lo que en ella esté buscando. Desde luego, también puede estudiarse de corrido, desde el principio hasta el fin, pues ese orden secuencial es el que responde a la visión de conjunto y a los propósitos didácticos de quienes la hemos elaborado. Pero, tomando en cuenta las posibles diferencias en la experiencia de quienes la consulten, puede recurrirse a ella siguiendo los niveles de profundidad que se enumeran en seguida.

1. Una orientación teórica y metodológica inicial

  • Quien ya haya leído el capítulo intitulado Para comenzar, cuando menos conoce los planteamientos básicos para colocar su atención en algunos de los conceptos fundamentales, y está aunque sea un poco al corriente de la historia intelectual y política de los principales asuntos que nos ocupan.
  • Para ir más adelante, antes de pasar a reflexiones y conocimientos de mayor profundidad será necesario leer el texto El sexo y el género, que también es parte de la introducción básica general al universo de la Teoría y la Perspectiva de Género.
  • Con esos elementos, el capítulo Nociones y definiciones básicas de la Perspectiva de Género conforma una fuente de consulta constante para todas las persona que recurran a esta Guía. Como se advierte a continuación, no se trata de un glosario, sino de una presentación concatenada de manera sistemática y dividida en ocho rubros. Cada uno de ellos puede tomarse como una lección de un curso elemental, destinado a adquirir y tener presente buena parte del léxico especializado y de los conceptos básicos de la Teoría de Género con las precisiones y el rigor que su uso demanda. Es recomendable conocer cuanto antes este capítulo, y también recurrir a él tan frecuentemente como sea necesario.

En las Nociones, como a lo largo de todo el libro, las palabras claves para el trabajo con Perspectiva de Género aparecen en letras itálicas. Hay que decir que no todas ellas son definidas en este capítulo, y también hay que agregar que de todas las palabras claves se especifica el significado a lo largo del texto en uno o varios momentos pertinentes. Los pocos significados no comprendidos en este capítulo puede formularlos quien consulte la Guía sin más esfuerzo que el de la atención imprescindible.

2. La concreción en el trabajo

Para concretar el trabajo desde la Perspectiva de Género se han preparado cuatro capítulos de esta Guía:

  • Situaciones vitales de hombres y mujeres permite acceder a los principios de la elaboración de perfiles panorámicos y específicos sobre las situaciones genéricas de vida. Se trata de instrumentos cuyo funcionamiento general es bastante conocido, pero que en el manejo concreto que se les da aquí, están ubicados en la Perspectiva de Género. Se refieren a las situaciones vitales examinadas en las dimensiones de la disparidad genérica en los universos de la salud, la escolaridad, la producción, la participación y los derechos humanos y políticos, las actitudes respecto de la reproducción humana, y la migración. De la lectura de este capítulo y de los conocimientos e ideas que ella estimule, es posible enumerar investigaciones y acciones concretas que se consideren precisas en el ámbito de acción de quienes trabajan con Perspectiva de Género.
  • Los Criterios para asegurar la Perspectiva de Género en la investigación y en las acciones públicas y civiles conforman un útil aún más concreto en cada una de las etapas de la investigación y de la acción con Perspectiva de Género. Con 47 preguntas (unas generales, otras sólo destinadas a la investigación y otras más sólo a la acción), puede determinarse en cualquier momento la distancia o la cercanía reales que se guarda respecto de la Perspectiva de Género. Las mismas preguntas han de responderse una vez formulado el proyecto de investigación o de aplicación política, al darle seguimiento a lo largo de su ejecución y al evaluar sus resultados. Esas respuestas posibilitarán hallar y aquilatar aciertos y fallas, y en su caso aplicar correctivos o profundizar experiencias afortunadas.
  • Los dos textos siguientes buscan proporcionar el conocimiento riguroso del concepto de Desarrollo Humano, y en forma bastante amplia las mediciones más recientes que, con los instrumentos creados para hacerlo, se han hecho incorporando la Perspectiva de Género: El capítulo Paradigma del Desarrollo Humano incluye, por una parte, los aspectos teóricos fundamentales de este paradigma al que se ha incorporado la Teoría de Género; por otra parte, especifica desde el punto de vista conceptual los ámbitos y los alcances del paradigma, e incluye una discusión sobre los procesos de empoderamiento.
  • El Indice de Desarrollo Humano analiza con precisión este instrumento de medición creado y desarrollado durante el último lustro, y presenta los datos pertinentes para la Perspectiva de Género que provienen de los Informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo correspondientes a 1995 y 1996.

3. Una primera profundización

Con la visión panorámica de la teoría y muy específica de los trabajos concretos adquirida hasta aquí, es posible realizar una primera profundización, también teórica y práctica, en los capítulos siguientes de esta Guía.

  • Perspectiva de Género o Enfoque de Género, Análisis de Género y Teoría de Género es un texto que permite ir más al fondo en el rigor de los planteamientos básicos de nuestro trabajo. La lectura de esta parte de la Guía puede emprenderse en cualquier momento, pero recomendamos iniciarla o repetirla una vez que se tenga claro lo expuesto en los dos apartados anteriores. Este capítulo proporciona algunos elementos nuevos, pero, sobre todo, resuelve dudas posibles y consolida lo aprendido antes.
  • En Construcción de la equidad, la igualdad y la justicia de género se sintetizan los acuerdos internacionales adoptados en El Cairo en 1995 y en Pekín en 1996, y también el Plan Nacional de Población y el Programa Nacional de la Mujer adoptados por el gobierno mexicano. Se trata de cuatro documentos cuyo conocimiento es ineludible para quienes trabajamos desde la Perspectiva de Género, especialmente para quienes lo hacemos en México.
  • En el capítulo referido al Plan Nacional de Población 1995-2000 se aplican a éste, a guisa de ejemplo, las 47 preguntas descritas al enumerar los criterios para asegurar la Perspectiva de Género, y se presentan algunas evaluaciones básicas.

4. Una mayor profundización

El manejo adecuado del contenido de esta Guía descrito hasta aquí, es suficiente para trabajar desde la Perspectiva de Género en los ámbitos académicos, institucionales y civiles. Con todo, conviene tener siempre a la mano algunos escritos teóricos que permitan a las personas interesadas ir más allá de los requerimientos más sencillos (que nunca son demasiado simples) del trabajo con Perspectiva de Género.

Un nivel de mayor profundización queda abierto en los últimos componentes de este libro:

  • El enfoque sintetizador de género es el capítulo final de esta Guía. Puede tomarse como el texto conclusivo de todo lo expuesto y analizado. En él se muestra claramente el alcance global del trabajo con Perspectiva de Género, y la manera en que la Teoría de Género permite sintetizar el conjunto de los órdenes de la organización social para alcanzar una visión global de las realidades históricas. Aquí están presentes los sujetos sociales, mujeres y hombres, sus identidades, sus formas de vida y las subjetividades intelectual y afectiva. Las condiciones vitales son analizadas a través de sus significados genéricos y de las contradicciones que producen resistencia a los cambios pero también las posibilidades de acción transformadora en las dimensiones de la conceptualización histórico-crítica.
  • La Guía presenta también una selección de trece fragmentos provenientes de obras fundamentales de la Teoría y la Perspectiva de Género publicadas desde la década de 1920 hasta nuestros días. Estos textos se han incluido como Lecturas complementarias después de cada capítulo. Sin duda estimularán en quienes las estudien reflexiones y consideraciones de la mayor pertinencia, particularmente cuando se relacionen directamente con los trabajos que estén llevando a cabo o hayan realizado con Perspectiva de Género.
  • Finalmente, hemos incluido una amplia Bibliografía que facilitará conocer parte importante de la literatura sobre género. Esta bibliografía no es, ni mucho menos, exhaustiva, pero busca dar una panorámica general de obras, autoras y autores. Enumera particularmente bastante de lo publicado en nuestra lengua y de lo referido a América Latina. Incluye algunas obras en inglés y una en francés por la originalidad de sus temas y como sugerencia para que las personas que sólo manejan el castellano estén atentas a su eventual traducción.

Esas trece lecturas y la Bibliografía conforman el nivel de mayor profundización que ofrece la Guía. Como se verá, ninguna de esas lecturas es totalmente teórica, y las que lo son menos tampoco omiten completamente a la teoría. Por ello vale la pena que cada quien las lleve consigo como parte de los instrumentos que aquí se proporcionan para ayudar en su labor a quienes trabajan desde la Perspectiva de Género.

Y es que, en el ámbito de género como en todos los del conocimiento y de la acción, nada es más práctico que una buena teoría.

Lectura 1:

Alejandra Kollontai. Sobre la liberación de la mujer (Seminario de 1921). Fontamara, Barcelona, 1979, páginas 43-59

La obra de A. Kollontai, de la que citamos sólo un capítulo, incluye el análisis de la condición de la mujer en diferentes periodos históricos definidos por modos de producción y de reproducción de la vida social y la cultura. Analiza, igualmente, las situaciones de vida de las mujeres según sus clases sociales y en la perspectiva del socialismo. Concluye con un programa de transformaciones sociales y de políticas públicas destinadas a superar la opresión de las mujeres y a construir sus derechos sociales específicos.

Esta Guía se basa en la Teoría de Género, entendida en la pluralidad compleja de sus planteamientos y en la incesante acumulación de interrogantes y nuevas respuestas que provee, tal y como se define en los párrafos anteriores

Para transformar la condición femenina y las situaciones de vida de las mujeres, una y otras deben entenderse en todas sus dimensiones. Estas dimensiones son las mismas en que se despliega el dominio patriarcal y, por tanto, la condición masculina y las situaciones de vida de los hombres.

El dominio patriarcal ha establecido una enorme brecha entre el desarrollo real de las mujeres y el de los hombres. Procurar la reducción de esa brecha para anularla, tiene como objetivo inicial el cambio de condiciones de vida de las mujeres en los campos que abarcan los derechos humanos (derecho a la educación, derechos reproductivos y sexuales, derecho a la salud integral, a la tierra y la vivienda, al trabajo, al desarrollo y sus beneficios sociales y culturales - lo que implica antes que nada la superación de carencias y privaciones y la satisfacción de las necesidades vitales -, derechos civiles y políticos, derecho a la autonomía y a la participación social y política).

Cada logro en estos campos es un cambio para las mujeres que incide de manera profunda en la vida de los hombres y en las concepciones dominantes sobre lo masculino y lo femenino. Por ello, cumplir objetivos como los mencionados significa ir en el sentido de cambios sociales y culturales de interés común en la más vasta dimensión en que el bien común significa equidad, igualdad y justicia en todos los ámbitos de la vida humana.

Hoy se ha generalizado la exigencia de que tanto la investigación como las políticas públicas y las acciones de los organismos civiles se hagan con enfoque o Perspectiva de Género, en las que se concreta la Teoría de Género en la práctica académica o política.

Cada día es más claro que no basta con plantear problemas puntuales de las mujeres para que se apliquen los principios de esa teoría. También comienza a ampliarse el examen de la condición masculina y de las situaciones de vida de los hombres como parte de los proyectos con Perspectiva de Género. Pero tampoco basta con ello para que rija esa perspectiva. Lo fundamental es comprender los ejes y la estructura de las relaciones sociales jerarquizadas, y las formas que toman en lo concreto y lo cotidiano los vínculos de dominio entre los hombres y las mujeres, su conceptualización, su institucionalización, sus niveles. Y, desde luego, visualizar las posibilidades reales, las estrategias y las medidas concretas destinadas a desmontar las inequidades, las desigualdades y las injusticias de género, así como a deconstruir la cosmovisión que las sustenta y a establecer relaciones nuevas, basadas precisamente en la equidad, la igualdad y la justicia.

Para recurrir a esta Guía

Por lo anterior, esta Guía ha sido concebida como un instrumento para el trabajo de las personas dedicadas a la investigación, a la coordinación o la dirección ejecutiva, a la toma de decisiones técnicas y financieras, y a las demás responsables de acciones institucionales y civiles.

El objetivo de esta Guía es colaborar con quienes lo necesiten para que puedan compenetrarse en la Teoría de Género y ubicarse adecuadamente en la Perspectiva de Género al diseñar, ejecutar, dar seguimiento y evaluar los proyectos académicos o políticos en que intervengan y que, por lo tanto, estén en alguna media, grande o pequeña, bajo su responsabilidad.

Esta obra ha sido pensada para atender las necesidades tanto de quienes, en cualquier nivel de responsabilidad, trabajan en instituciones gubernamentales y en agencias internacionales, como de quienes lo hacen en todos los tipos de organismos civiles.

Esta Guía no es un instructivo que indique cómo sujetarse a determinadas reglas dejando poco o nada a la imaginación del investigador, del ejecutivo o del técnico.

Todo lo contrario: es tan solo un texto orientador, y quien recurra a ella tendrá que poner en acción su creatividad, su inteligencia y su ingenio para que consultarla le ayude a hallar la solución a problemas puntuales, o a buscar nuevas sendas en sus reflexiones teóricas y filosóficas.

Esta Guía está pensada, en primer lugar, para quienes por la razón que sea precisan conocer a fondo qué es la Perspectiva de Género, cuáles son sus implicaciones teóricas y las posibilidades de acción que abre. Quienes ya han trabajado, aunque sea de manera elemental, desde la Perspectiva de Género, conocen sin duda algunos aspectos de la problemática planteada por la concepción del género. Es posible que entre quienes consulten la Guía haya personas con mayor experiencia que otras, e incluso especialistas en la Teoría y en la Perspectiva de Género. Como se verá más adelante, en esta contribución cada quien, independientemente del nivel de sus conocimientos y de práctica, hallará elementos introductorios y para profundizar en las reflexiones ineludibles cuando se ve cualquier problemática social en la Perspectiva de Género, y también propuestas, orientaciones, sugerencias y recomendaciones para el trabajo cotidiano.

Los capítulos de esta Guía pueden consultarse según lo que el índice le sugiera a cada quien en relación con lo que en ella esté buscando. Desde luego, también puede estudiarse de corrido, desde el principio hasta el fin, pues ese orden secuencial es el que responde a la visión de conjunto y a los propósitos didácticos de quienes la hemos elaborado. Pero, tomando en cuenta las posibles diferencias en la experiencia de quienes la consulten, puede recurrirse a ella siguiendo los niveles de profundidad que se enumeran en seguida.

1. Una orientación teórica y metodológica inicial

  • Quien ya haya leído el capítulo intitulado Para comenzar, cuando menos conoce los planteamientos básicos para colocar su atención en algunos de los conceptos fundamentales, y está aunque sea un poco al corriente de la historia intelectual y política de los principales asuntos que nos ocupan.
  • Para ir más adelante, antes de pasar a reflexiones y conocimientos de mayor profundidad será necesario leer el texto El sexo y el género, que también es parte de la introducción básica general al universo de la Teoría y la Perspectiva de Género.
  • Con esos elementos, el capítulo Nociones y definiciones básicas de la Perspectiva de Género conforma una fuente de consulta constante para todas las persona que recurran a esta Guía. Como se advierte a continuación, no se trata de un glosario, sino de una presentación concatenada de manera sistemática y dividida en ocho rubros. Cada uno de ellos puede tomarse como una lección de un curso elemental, destinado a adquirir y tener presente buena parte del léxico especializado y de los conceptos básicos de la Teoría de Género con las precisiones y el rigor que su uso demanda. Es recomendable conocer cuanto antes este capítulo, y también recurrir a él tan frecuentemente como sea necesario.

En las Nociones, como a lo largo de todo el libro, las palabras claves para el trabajo con Perspectiva de Género aparecen en letras itálicas. Hay que decir que no todas ellas son definidas en este capítulo, y también hay que agregar que de todas las palabras claves se especifica el significado a lo largo del texto en uno o varios momentos pertinentes. Los pocos significados no comprendidos en este capítulo puede formularlos quien consulte la Guía sin más esfuerzo que el de la atención imprescindible.

2. La concreción en el trabajo

Para concretar el trabajo desde la Perspectiva de Género se han preparado cuatro capítulos de esta Guía:

  • Situaciones vitales de hombres y mujeres permite acceder a los principios de la elaboración de perfiles panorámicos y específicos sobre las situaciones genéricas de vida. Se trata de instrumentos cuyo funcionamiento general es bastante conocido, pero que en el manejo concreto que se les da aquí, están ubicados en la Perspectiva de Género. Se refieren a las situaciones vitales examinadas en las dimensiones de la disparidad genérica en los universos de la salud, la escolaridad, la producción, la participación y los derechos humanos y políticos, las actitudes respecto de la reproducción humana, y la migración. De la lectura de este capítulo y de los conocimientos e ideas que ella estimule, es posible enumerar investigaciones y acciones concretas que se consideren precisas en el ámbito de acción de quienes trabajan con Perspectiva de Género.
  • Los Criterios para asegurar la Perspectiva de Género en la investigación y en las acciones públicas y civiles conforman un útil aún más concreto en cada una de las etapas de la investigación y de la acción con Perspectiva de Género. Con 47 preguntas (unas generales, otras sólo destinadas a la investigación y otras más sólo a la acción), puede determinarse en cualquier momento la distancia o la cercanía reales que se guarda respecto de la Perspectiva de Género. Las mismas preguntas han de responderse una vez formulado el proyecto de investigación o de aplicación política, al darle seguimiento a lo largo de su ejecución y al evaluar sus resultados. Esas respuestas posibilitarán hallar y aquilatar aciertos y fallas, y en su caso aplicar correctivos o profundizar experiencias afortunadas.
  • Los dos textos siguientes buscan proporcionar el conocimiento riguroso del concepto de Desarrollo Humano, y en forma bastante amplia las mediciones más recientes que, con los instrumentos creados para hacerlo, se han hecho incorporando la Perspectiva de Género: El capítulo Paradigma del Desarrollo Humano incluye, por una parte, los aspectos teóricos fundamentales de este paradigma al que se ha incorporado la Teoría de Género; por otra parte, especifica desde el punto de vista conceptual los ámbitos y los alcances del paradigma, e incluye una discusión sobre los procesos de empoderamiento.
  • El Indice de Desarrollo Humano analiza con precisión este instrumento de medición creado y desarrollado durante el último lustro, y presenta los datos pertinentes para la Perspectiva de Género que provienen de los Informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo correspondientes a 1995 y 1996.

3. Una primera profundización

Con la visión panorámica de la teoría y muy específica de los trabajos concretos adquirida hasta aquí, es posible realizar una primera profundización, también teórica y práctica, en los capítulos siguientes de esta Guía.

  • Perspectiva de Género o Enfoque de Género, Análisis de Género y Teoría de Género es un texto que permite ir más al fondo en el rigor de los planteamientos básicos de nuestro trabajo. La lectura de esta parte de la Guía puede emprenderse en cualquier momento, pero recomendamos iniciarla o repetirla una vez que se tenga claro lo expuesto en los dos apartados anteriores. Este capítulo proporciona algunos elementos nuevos, pero, sobre todo, resuelve dudas posibles y consolida lo aprendido antes.
  • En Construcción de la equidad, la igualdad y la justicia de género se sintetizan los acuerdos internacionales adoptados en El Cairo en 1995 y en Pekín en 1996, y también el Plan Nacional de Población y el Programa Nacional de la Mujer adoptados por el gobierno mexicano. Se trata de cuatro documentos cuyo conocimiento es ineludible para quienes trabajamos desde la Perspectiva de Género, especialmente para quienes lo hacemos en México.
  • En el capítulo referido al Plan Nacional de Población 1995-2000 se aplican a éste, a guisa de ejemplo, las 47 preguntas descritas al enumerar los criterios para asegurar la Perspectiva de Género, y se presentan algunas evaluaciones básicas.

4. Una mayor profundización

El manejo adecuado del contenido de esta Guía descrito hasta aquí, es suficiente para trabajar desde la Perspectiva de Género en los ámbitos académicos, institucionales y civiles. Con todo, conviene tener siempre a la mano algunos escritos teóricos que permitan a las personas interesadas ir más allá de los requerimientos más sencillos (que nunca son demasiado simples) del trabajo con Perspectiva de Género.

Un nivel de mayor profundización queda abierto en los últimos componentes de este libro:

  • El enfoque sintetizador de género es el capítulo final de esta Guía. Puede tomarse como el texto conclusivo de todo lo expuesto y analizado. En él se muestra claramente el alcance global del trabajo con Perspectiva de Género, y la manera en que la Teoría de Género permite sintetizar el conjunto de los órdenes de la organización social para alcanzar una visión global de las realidades históricas. Aquí están presentes los sujetos sociales, mujeres y hombres, sus identidades, sus formas de vida y las subjetividades intelectual y afectiva. Las condiciones vitales son analizadas a través de sus significados genéricos y de las contradicciones que producen resistencia a los cambios pero también las posibilidades de acción transformadora en las dimensiones de la conceptualización histórico-crítica.
  • La Guía presenta también una selección de trece fragmentos provenientes de obras fundamentales de la Teoría y la Perspectiva de Género publicadas desde la década de 1920 hasta nuestros días. Estos textos se han incluido como Lecturas complementarias después de cada capítulo. Sin duda estimularán en quienes las estudien reflexiones y consideraciones de la mayor pertinencia, particularmente cuando se relacionen directamente con los trabajos que estén llevando a cabo o hayan realizado con Perspectiva de Género.
  • Finalmente, hemos incluido una amplia Bibliografía que facilitará conocer parte importante de la literatura sobre género. Esta bibliografía no es, ni mucho menos, exhaustiva, pero busca dar una panorámica general de obras, autoras y autores. Enumera particularmente bastante de lo publicado en nuestra lengua y de lo referido a América Latina. Incluye algunas obras en inglés y una en francés por la originalidad de sus temas y como sugerencia para que las personas que sólo manejan el castellano estén atentas a su eventual traducción.

Esas trece lecturas y la Bibliografía conforman el nivel de mayor profundización que ofrece la Guía. Como se verá, ninguna de esas lecturas es totalmente teórica, y las que lo son menos tampoco omiten completamente a la teoría. Por ello vale la pena que cada quien las lleve consigo como parte de los instrumentos que aquí se proporcionan para ayudar en su labor a quienes trabajan desde la Perspectiva de Género.

Y es que, en el ámbito de género como en todos los del conocimiento y de la acción, nada es más práctico que una buena teoría.

Lectura 1:

Alejandra Kollontai. Sobre la liberación de la mujer (Seminario de 1921). Fontamara, Barcelona, 1979, páginas 43-59

Alejandra Kollontai. Sobre la liberación de la mujer (Seminario de 1921). Fontamara, Barcelona, 1979, páginas 43-59

La obra de A. Kollontai, de la que citamos sólo un capítulo, incluye el análisis de la condición de la mujer en diferentes periodos históricos definidos por modos de producción y de reproducción de la vida social y la cultura. Analiza, igualmente, las situaciones de vida de las mujeres según sus clases sociales y en la perspectiva del socialismo. Concluye con un programa de transformaciones sociales y de políticas públicas destinadas a superar la opresión de las mujeres y a construir sus derechos sociales específicos.

 

SOBRE LA LIBERACIÓN DE LA MUJER

1.ª CONFERENCIA

LA SITUACIÓN DE LA MUJER EN EL COMUNISMO PRIMITIVO

Empezaremos hoy por una serie de conferencias que tratan de las cuestiones siguientes: la situación de la mujer según el desarrollo de las diferentes formas económicas de sociedades; la situación de la mujer en la sociedad que determina su posición en la familia. Volvemos a encontrar esta relación estrecha e indisoluble en la sociedad que determina su posición en la familia. Volvemos a encontrar esta relación estrecha e indisoluble en todas las fases intermedias del desarrollo socioeconómico. Como vuestro futuro trabajo consiste en ganar a las mujeres de los obreros y de los campesinos a la causa de la nueva sociedad donde están destinadas a vivir, tenéis que comprender dicha relación. La objeción más frecuente que vais a encontrar será la siguiente: es imposible cambiar algo en la situación de la mujer y en sus condiciones de vida. Estas, según dicen, están determinadas por las particularidades de su sexo. Si combatís la opresión de las mujeres, si tratáis de liberarlas del yugo de la vida de familia, si recamáis una mayor igualdad de los derechos entre los sexos, se os van a servir los argumentos más gastados: "La ausencia de los derechos de la mujer y su desigualdad con relación al hombre se explican por la historia, luego no pueden ser eliminados. La dependencia de la mujer, su posición subordinada al hombre ha existido toda la vida, luego no hay nada que cambiar. Nuestros antepasados vivieron así y lo mismo ocurrirá con nuestros hijos y nuestros nietos". Replicaremos a tales argumentos con la historia misma: la historia del desarrollo de la sociedad humana, el conocimiento del pasado y de la manera en que las relaciones se tramaron verdaderamente entonces. Tan pronto como nos hayamos enterado de las condiciones de vida tal como existían hace varios miles de años, no tardaréis en estar profundamente persuadidas de que la ausencia de derechos de la mujer con relación al hombre, de que su sumisión de esclava no han existido desde siempre. Hubo períodos en los que el hombre y la mujer tuvieron derechos absolutamente iguales. Hubo incluso períodos en los que el hombre, en cierta medida, la atribuía a la mujer una posición dirigente.

Si examinamos más atentamente la situación de la mujer en mutación constante en el transcurso de las diferentes fases del desarrollo social, reconoceréis fácilmente que la ausencia actual de los derechos de la mujer, su falta de autonomía, sus prerrogativas limitadas en el seno de la familia y de la sociedad no son en absoluto cualidades innatas propias de la "naturaleza" femenina. Tampoco es cierto que las mujeres sean menos inteligentes que los hombres. No, la situación dependiente de la mujer y su falta de emancipación no se explican por unas cualidades "naturales" cualesquiera, sino por el carácter del trabajo que les fue atribuido en una sociedad dada. Os pido que leáis atentamente los primeros capítulos del libro de Bebel: La mujer y el socialismo. Bebel demuestra la tesis -de la cual nos valdremos a todo lo largo de nuestra conversación- según la cual existe una correspondencia particularmente estrecha y orgánica entre la participación de la mujer en la producción y su situación en la sociedad. En resumen, se trata de una especie de ley socioeconómica que de ahora en adelante ya no tendréis que perder de vista. Así os será más fácil comprender los problemas de la liberación universal de la mujer y de su relaciones con el trabajo. Algunos creen que la mujer, en aquellos tiempos remotos en que la humanidad estaba aún sumida en la barbarie, estaba en una situación aún peor que la de hoy, que llevaba casi una vida de esclava. Lo cual es falso. Sería erróneo creer que la liberación de la mujer depende del desarrollo de la cultura y de la ciencia, que la libertad de las mujeres depende de la civilización de un pueblo. Solamente representantes de la ciencia burguesa pueden afirmar tales cosas. Sin embargo, sabemos que ni la cultura ni la ciencia puede liberar a las mujeres, sino un sistema económico donde la mujer pueda realizar un trabajo útil y productivo para la sociedad. El comunismo en un sistema económico de este tipo.

La situación de la mujer es siempre una consecuencia del tipo de trabajo que realiza en un momento preciso de la evolución de un sistema económico particular. En la época del comunismo primitivo -se tocó dicho tema en las conferencias precedentes que trataban de la evolución social y económica de la sociedad-, en un período, pues, tan remoto que nos es difícil imaginarlo, en que la propiedad privada era desconocida y en que los hombres erraban por pequeños grupos, no había ninguna diferencia entre la situación del hombre y la de la mujer. Los hombres se alimentaban con productos de la caza y de la recolecta. En el transcurso de aquel período de desarrollo de los hombres primitivos, hace de eso varias decenas, mejor dicho, varios centenares de miles de años, los deberes y las tareas del hombre y de la mujer eran sensiblemente los mismos. Las investigaciones de los antropólogos han demostrado que en el comienzo del desarrollo de la humanidad, es decir, en la fase de la caza y de la recolección, no había grandes diferencias entre las cualidades corporales del hombre y de la mujer, que poseían una fuerza y una agilidad más o menos equivalentes, lo cual es, a pesar de todo, un hecho interesante e importante de señalar. Numerosos rasgos característicos de las mujeres, tales como pecho gordo, cintura fina, formas redondeadas del cuerpo y musculatura débil, no se desarrollaron sino mucho más tarde, a partir del momento en que la mujer tuvo que cumplir con su papel de "ponedora" y asegurar, generación tras generación, la reproducción sexuada.

Entre los pueblos primitivos actuales, la mujer no se distingue del hombre de manera notable, pues sus pechos siguen siendo poco desarrollados, su pelvis estrecha y sus músculos sólidos y bien formados. Ocurría lo mismo en la época del comunismo primitivo, cuando la mujer se parecía físicamente al hombre y disfrutaba de una fuerza y de una resistencia prácticamente iguales.

El nacimiento de los hijos no ocasionaba sino una breve interrupción de sus ocupaciones habituales, es decir, la caza y la recolección de las frutas con los demás miembros de aquella primera colectividad que fue la tribu. La mujer estaba obligada a rechazar los ataques del enemigo más temido en aquella época, el animal carnívoro, al mismo título que los demás miembros de la tribu, hermanos y hermanas, hijos y padres.

No existía dependencia de la mujer con relación al hombre, ni siquiera derechos distintos. Faltaban las condiciones para eso, ya que, en aquel tiempo, la ley, el derecho y el reparto de la propiedad eran aún cosas desconocidas. La mujer no dependía unilateralmente del hombre, ya que él mismo tenía entera necesidad de la colectividad, es decir de la tribu. En efecto, la tribu tomaba todas las decisiones. Quienquiera se negara a doblegarse a la voluntad de la colectividad perecía, moría de hambre o era devorado por los animales. No era sino con una estrecha solidaridad en el seno de la colectividad como el hombre estaba en condiciones de protegerse del enemigo más poderoso y más terrible de aquella época. Cuanto más sólidamente agrupada estaba una tribu, más se sometían los individuos a su voluntad. Podían oponerle un frente más unido al enemigo común, así el resultado del combate era más seguro y la tribu salía reforzada de ello. La igualdad y la solidaridad naturales, si aseguraban la cohesión de la tribu, eran las mejores armas de autodefensa. Es por esta razón que, durante el primerísimo período del desarrollo económico de la humanidad, era imposible que un miembro de la tribu estuviera sobornando a otro o dependiera unilateralmente del mismo. En la época del comunismo primitivo, la mujer no conocía ni esclavitud, ni dependencia social, ni opresión. La humanidad lo ignoraba todo de las clases, de la explotación del trabajo o de la propiedad privada. Y vivió así miles de años, incluso centenares de miles de años.

El cuadro se modificó en el transcurso de las fases siguientes del desarrollo de la humanidad. Los primeros esbozos del trabajo productivo y de la organización económica fueron el resultado de un proceso de larga duración. Por razones climáticas y geográficas, según se encontrara en una región arbolada o en una estepa, la tribu se sedentarizaba o practicaba la crianza de animales. Alcanzó entonces una fase más evolucionada que la de la primera colectividad que se fundamentaba en la caza y la recolección. Paralelamente a esas nuevas formas de organización económica, aparecieron nuevas formas de comunidad social.

Examinaremos ahora la situación de la mujer en dos tribus que, viviendo en la misma época, conocieron sin embargo unas formas de organización diferentes. Los miembros de la primera tribu se establecieron en una región arbolada entrecortada por pequeños campos y se convirtieron en campesinos sedentarios. En cuanto a los segundos, vivieron en regiones de estepa con sus grandes rebaños de búfalos, de caballos y de cabras y se convirtieron en ganaderos. Aquellas dos tribus permanecían sin embargo aún en el comunismo primitivo, ignorando la propiedad privada. Ahora bien, la situación de la mujer en el seno de aquellas dos tribus ya se diferenciaba. En la tribu que practicaba la agricultura, la mujer gozaba no solamente de una plena igualdad de derechos, sino que ocupaba incluso a veces una posición dominante. En cambio, entre los criadores de animales nómadas, la situación a la vez subordinada, dependiente y oprimida de la mujer se acentuaba a ojos vista.

La investigación referente a la historia económica estuvo dominada durante mucho tiempo por esa concepción de que la humanidad tenía necesariamente que pasar por todas las etapas, por todas las fases del desarrollo económico: cada tribu se habría consagrado en primer lugar a la caza, luego a la crianza de animales, por último a la agricultura y, en último lugar solamente, a la artesanía y al comercio. Sin embargo, las más recientes investigaciones sociológicas demuestran que las tribus pasaron muchas veces directamente de la fase primitiva de la caza y de la recolección a la agricultura, omitiendo así la fase de la crianza de animales. Las condiciones geográficas y naturales eran en realidad determinantes.

Eso significa claramente que en la misma época y en condiciones naturales diferentes se desarrollaron dos formas de organización económica fundamentalmente diferentes, es decir, la agricultura y la crianza de animales. Las mujeres de las tribus que practicaban la agricultura gozaban de un estado sensiblemente más elevado. Ciertas tribus campesinas poseían incluso un sistema matriarcal (matriarcado es una palabra griega el predominio de la mujer -es la madre quien perpetua a la tribu-). En cambio, el patriarcado, es decir, el predominio de los derechos del padre -la posición dominante del más viejo de la tribu-, se desarrolló en los pueblos criadores de animales y nómadas. ¿Por qué eso y qué es lo que eso nos demuestra? El motivo de esa diferencia radica evidentemente en el papel de la mujer en la economía. En los pueblos de agricultores, la mujer era la principal productora. Existen numerosas pruebas de que fue ella la primera en tener la idea de la agricultura, que fue incluso "el primer trabajador agrícola". La obra de Marianne Weber, Das Mutterrecht ("Los derechos de la madre"), da cuenta de una infinidad de hechos interesantes que conciernen al papel de la mujer en el seno de las primeras formas de organización económica. La autora no es comunista. Su libro ofrece sin embargo muchas informaciones. Desgraciadamente, sólo es accesible en alemán.

La mujer concibió la idea de la agricultura de la manera siguiente: en el momento de la caza, las madres y sus lactantes fueron dejados atrás porque eran incapaces de seguir el ritmo de los demás miembros de la tribu y estorbaban en la persecución de la caza.

Entonces era poco fácil procurarse otros alimentos, y la mujer esperaba a menudo mucho tiempo. Se vio obligada a procurarse alimentos para sí y sus hijos. Los investigadores sacaron de ahí la conclusión de que, muy probablemente, es la mujer quien empezó a trabajar la tierra. Cuando las provisiones se agotaron en el lugar donde esperaban el regreso de la tribu, se puso a buscar hierbas que contenían granos comestibles. Comió dichos granos y alimentó a sus hijos con ellos. Pero al triturarlos entre sus dientes -las primeras muelas- una parte de los granos cayó al suelo. Y cuando la mujer volvió al mismo lugar al cabo de algún tiempo descubrió que los granos habían germinado. Ahora sabía que le resultaría ventajoso regresar cuando las hierbas hubieran vuelto a crecer, y que la búsqueda de una comida más abundante le costaría menos esfuerzos. Los hombres aprendieron así que los granos que caen al suelo crecen.

La experiencia les enseñó también que la cosecha salía mejor cuando habían removido previamente la tierra. Sin embargo, dicha experiencia cayó aún muchas veces en el olvido, ya que el saber individual no pudo convertirse en propiedad de la tribu sino a partir del momento en que fue comunicado a la colectividad. Era preciso que fuera transmitido a las generaciones siguientes. Ahora bien, la humanidad tuvo que realizar un trabajo de reflexión inimaginable antes de llegar a comprender y asimilar cosas aparentemente tan simples. Aquel saber no se afianzaría en la conciencia de la colectividad hasta que se tradujera en una práctica cotidiana.

La mujer tenía interés en que el clan o la tribu volviera a la antigua parada donde crecía la hierba que había sembrado. Pero no estaba en condiciones de convencer a sus compañeros de la precisión de su plan de organización económica. No podía convencerle verbalmente. En lugar de eso, favoreció ciertas reglas, costumbres e ideas que servían a sus propios proyectos. Así apareció la costumbre siguiente, que tuvo pronto fuerza de ley: si el clan había dejado a las madres y los hijos en un terreno cercano a un río durante la luna llena, los dioses ordenaban a sus miembros regresar a aquel mismo lugar unos meses más tarde. Quienquiera no respetara dicha ley era castigado por los espíritus. La tribu, al descubrir que los niños morían antes cuando dicha regla no era respetada, es decir, cuando no se regresaba al "lugar donde la hierba crece", llegó a respetar estrictamente aquellas costumbres y a creer en la "sabiduría" de las mujeres. Como la mujer buscaba una producción máxima por un mínimo de trabajo, pronto hizo la comprobación siguiente: cuanto más poroso era el suelo donde sembraba, mejor era la cosecha. En cuclillas, grabó con la ayuda de ramas, de puntas y de piedras unos surcos en el primer campo. Tal descubrimiento se reveló fructuoso, ya que ofreció al hombre una mayor seguridad que la de sus incesantes peregrinaciones a través de la selva, donde se exponía constantemente al peligro de ser devorado por los animales.

A causa de su maternidad, la mujer ocupó una posición particular entre los miembros de la tribu. Es a la mujer a quien la humanidad debe el descubrimiento de la agricultura, descubrimiento extremadamente importante para su evolución económica. Y este descubrimiento fue lo que, por un largo período, determinó el papel de la mujer en la sociedad y en la economía, situándola en la cumbre de las tribus que practicaban la agricultura. Numerosos investigadores atribuyen igualmente a la mujer la utilización del fuego como instrumento económico.

Cada vez que la tribu salía de caza o a la guerra, las madres y los hijos eran dejados atrás, estando obligados a protegerse de los animales carnívoros. Las chicas jóvenes y las mujeres sin hijos salían con los demás miembros de la tribu. Fue por su propia experiencia como el hombre primitivo supo que el fuego ofrecía la mejor protección contra los carnívoros. Al tallar las piedras para fabricar las armas o las primeras herramientas domésticas, se había aprendido a hacer fuego. Para asegurar la protección de los niños y de sus madres, se encendía, pues, un fuego antes de que la tribu saliera de caza. Para las madres, era un deber sagrado el conservar dicho fuego destinado a alejar a los animales. Para los hombres, el fuego era una fuerza espantosa, incomprensible y sagrada. Para las mujeres que se ocupaban de él permanentemente, las propiedades del fuego se les volvieron familiares, y pudieron así utilizarlo para facilitar y economizar su propio trabajo. La mujer aprendió a cocer sus recipientes de barro para hacerlos más resistentes y asar la carne que, de esta manera, podía conservar mejor. La mujer, atada al hogar por su maternidad, dominó el fuego e hizo de él su servidor. Pero las leyes de la evolución económica modificaron más tarde esa relación, y la llama del primer hogar esclavizó a la mujer, despojándola de todos sus derechos y atándola por mucho tiempo a sus hornillos.

La suposición de que las primeras chozas fueron construidas por mujeres para protegerse con sus hijos de las intemperies no es sin duda injustificada. Pero no solamente las mujeres edificaban chozas y cultivaban la tierra de la que recogían cereales, etc., fueron igualmente las primeras en practicar la artesanía. El hilado, el tejido y la alfarería fueron descubrimientos femeninos. Y las líneas que trazaban en los jarrones de barro fueron las primeras tentativas artísticas de la humanidad, la fase preliminar del arte. Las mujeres recogían hierbas y aprendieron a conocer sus propiedades: las antepasadas de nuestras madres fueron los primeros médicos. Aquella historia, nuestra prehistoria, se conserva en las antiguas leyendas y en las creencias populares. En la cultura griega, que estaba en su apogeo hace dos mil años, no fue al dios Asclepios (Esculapio), sino a su madre, Coronis, a quien se consideró como primer médico. Suplantó a Hécate y Diana que habían sido las primeras diosas del arte de curar. En los antiguos vikingos, era la diosa Eir. En nuestros días, encontramos aún frecuentemente en los pueblos ancianas que pasan por ser particularmente inteligentes y a quienes se les atribuyen poderes mágicos. El saber de las antepasadas de nuestras madres les era ajeno a su compañeros que salían a menudo de caza o a la guerra o se consagraban a otras actividades que exigían fuerzas musculares particulares. No tenían tiempo, simplemente, para dedicarse a la reflexión o a la observación atenta. Luego no les era posible reunir y transmitir valiosas experiencias sobre la naturaleza de las cosas. El término "Vedunja", la maga, está formado con la palabra "Vedatj", el saber. El saber ha sido, pues, desde siempre un atributo de la mujer, a la que el hombre temía y respetaba. Por eso la mujer, en el período del comunismo primitivo -el alba de la humanidad - no estaba solamente en igualdad con el hombre, sino que, a causa de una serie de hallazgos y de descubrimientos útiles al género humano y que contribuyeron a su evolución económica y social, llegó incluso hasta sobrepasarlo. Luego, en unos períodos precisos de la historia de la humanidad, la mujer jugó un papel mucho más importante para el desarrollo de las ciencias y de la cultura que no el que la ciencia burguesa, cubierta de prejuicios, le ha atribuido hasta ahora. Los antropólogos, por ejemplo, especialistas en el estudio sobre el origen de la humanidad, han callado el papel de la hembra en el transcurso de la evolución de nuestros antepasados simiescos hacia los homínidos. Pues la posición vertical tan característica del ser humano ha sido esencialmente una conquista de la mujer. En las situaciones en que nuestra antepasada a cuatro patas tenía que defenderse contra los ataques enemigos, aprendió a protegerse con un solo brazo, mientras que con el otro aguantaba firmemente a su pequeño contra sí, que se le agarraba al cuello. No pudo sin embargo realizar aquella proeza sino enderezándose a medias, lo cual desarrolló por otra parte la masa de su cerebro. Las mujeres pagaron cara aquella evolución, ya que el cuerpo femenino no estaba hecho para la posición vertical. En nuestros primos de cuatro patas, los monos, los dolores del parto siguen siendo totalmente desconocidos. La historia de Eva, que cogió el fruto del árbol del conocimiento y que por eso tuvo que parir con dolor, posee, pues, un segundo plano histórico.

Pero analizaremos en primer lugar el papel de la mujer en la economía de las tribus de agricultores. Al principio, los productos agrícolas no bastaban para alimentar a la población, por eso se siguió practicando la caza. Aquella evolución trajo una división normal del trabajo. La parte sedentaria de la tribu, las mujeres, organizaron la agricultura, mientras que los hombres siguieron saliendo de caza o a la guerra, es decir, en expediciones de saqueo contra las tribus vecinas. Pero como la agricultura era de lejos más rentable y los miembros de la tribu preferían los productos de la cosecha a los tan peligrosamente adquiridos por la caza o el saqueo, se convirtió pronto en el fundamento económico del clan. Y ¿quién era entonces el productor principal de aquella economía basada en la agricultura? ¡La mujer! Era, pues, muy natural que el clan respetara a la mujer y apreciara altamente el valor de su trabajo. En nuestros días, existe aún una tribu de agricultores en Africa central, los balondas, en que la mujer es el miembro de la comunidad más "apreciado". El conocido explorador inglés, David Livingstone, relata lo siguiente: "Las mujeres están representadas en el Consejo de Ancianos. Los futuros maridos tienen que irse al pueblo de sus futuras esposas y vivir junto a ellas tras la consumación del matrimonio. El hombre se compromete a sustentar a su madre política hasta su muerte. Solamente la mujer tiene derecho a pedir la separación, tras la cual todos sus hijos permanecen junto a ella. Sin la autorización de la esposa, el hombre no debe contraer ninguna obligación con respecto a una tercera persona, por muy insignificante que sea." Los hombres casados no oponen ninguna resistencia y se resignan a su situación. Las esposas dan a sus hombres recalcitrantes golpes y bofetadas o los privan de la comida. Todos los miembros de la comunidad del pueblo están obligados a obedecer a las que gozan del aprecio general. Livingstone piensa que, en los balondas, son las mujeres quienes ejercen el poder. Ahora bien, aquella tribu no es de ninguna manera una excepción. Otros investigadores afirman que, en las tribus africanas en que las mujeres labran y siembran, construyen chozas y llevan una vida activa, éstas no son solamente totalmente independientes, sino intelectualmente superiores a los hombres. Los hombres de aquellas tribus se dejan sustentar por el trabajo de sus mujeres, se vuelven "femeninos y blandos". "Ordeñan las vacas y charlan", si hacemos caso a los informes de numerosos investigadores.

Los tiempos prehistóricos nos ofrecen ejemplos suficientes del dominio de las mujeres. En una parte de las tribus que practican la agricultura, la filiación no se hace por el padre, sino por la madre. Y donde ha aparecido la propiedad privada, son las hijas quienes heredan y no los hijos. Encontramos aún hoy día supervivencias de ese sistema de derechos en ciertos pueblos montañeses del Cáucaso.

La autoridad de la mujer ante los pueblos agrícolas aumentaba sin cesar. Era ella quien conservaba y protegía las tradiciones y las costumbres, lo que significa que era ella principalmente quien dictaba las leyes. El respeto de dichas costumbres era una necesidad vital absoluta. Sin ella, hubiera sido terriblemente difícil inducir a los miembros del clan a que obedecieran las reglas que se desprendían de las tareas económicas. Los hombres de aquella época no eran capaces de explicar lógica y científicamente por qué tenían que sembrar y cosechar en unos períodos dados. Por eso, era mucho más sencillo decir: "Entre nosotros existe esta costumbre, establecida por nuestros antepasados, por eso debemos hacerlo. El que se oponga a ello es un criminal". La conservación de esas tradiciones y de esas costumbres estaba asegurada por las ancianas del pueblo, las mujeres y las madres, sabias y experimentadas.

La división del trabajo de las tribus que practicaban a la vez la caza y la agricultura trajo aparejados los hechos siguientes: las mujeres, responsables de la producción y de la organización de los lugares de vivienda, desarrollaron más sus capacidades de razonamiento y de observación, mientras que los hombres, a causa de sus actividades de caza y de guerra, desarrollaron más bien su musculatura, su destreza corporal y su fuerza. En aquella fase de la evolución, la mujer era intelectualmente superior al hombre. Y, en el seno de la colectividad, ocupaba, por supuesto, la posición dominante, es decir, la del matriarcado.

No debemos olvidar que en aquella época los hombres eran incapaces de hacer reservas. Por eso, las manos trabajadoras representaban la "fuerza viva" del trabajo y la fuente de prosperidad. La población aumentaba lentamente, la tasa de natalidad era baja. La maternidad era muy apreciada, y la mujer madre ocupaba en las tribus primitivas un lugar de honor. La baja tasa de nacimientos es parcialmente explicable por el incesto y los matrimonios entre parientes cercanos. Y se comprobó que aquellos matrimonios consanguíneos eran responsables de abortos naturales, frenando con ello la evolución normal de la familia.

Durante el período de caza y de cosecha, la importancia de la reserva de la fuerza del trabajo de una tribu no jugaba ningún papel. Muy al contrario, tan pronto como la tribu tomaba demasiada amplitud, el abastecimiento se volvía más difícil. Durante todo el tiempo en que la humanidad se alimentaba exclusivamente con productos aleatorios de la recolección y de la caza, la maternidad de la mujer no era particularmente apreciada.

Los niños y los ancianos eran un fardo pesado para la tribu. Se intentó deshacerse de ellos de una manera u otra, y se llegó incluso a comérselos. Pero las tribus que aseguraban su sustento gracias a un trabajo productivo, es decir, las tribus de agricultores tenían necesidad de trabajadores. Entre ellos, la mujer adquirió una nueva significación, en este caso la de producir nuevas fuerzas de trabajo, los niños. La maternidad fue venerada religiosamente. En numerosas religiones paganas, el dios principal es el sexo femenino, por ejemplo la diosa Isis en Egipto, Gaïa en Grecia, es decir, la Tierra, que, en la época primitiva, representaba la fuente de toda vida.

Bachofen, conocido por sus investigaciones sobre el matriarcado, demostró que lo femenino, en las religiones primitivas, predominaba sobre lo masculino, lo cual indica claramente la significación de la mujer en aquellos pueblos. La tierra y la mujer eran fuentes primeras y esenciales de toda riqueza. Las propiedades de la tierra y de la mujer se confundieron. Tierra y mujer creaban y perpetuaban la vida. Quienquiera hiriese a una mujer, hería también a la tierra. Y ningún crimen fue peor visto que el dirigido contra una madre. Los primeros sacerdotes, es decir, los primeros servidores de los dioses paganos, eran mujeres. Las mares decidían por sus hijos, y no los padres, como en otros sistemas de producción. Encontramos supervivencias de ese dominio de las mujeres en las leyendas y costumbres de los pueblos tanto de Oriente como de Occidente. No era, sin embargo, su significación de madre lo que situó a la mujer en aquella posición dominante entre las tribus agrícolas, sino más bien su papel de productor principal en la economía del pueblo. Durante todo el tiempo en que la división del trabajo indujo al hombre a ocuparse de la caza, considerada como actividad secundaria, mientras la mujer cultivaba los campos - la actividad más importante de aquella época-, su sumisión y su dependencia con respecto al hombre eran inconcebibles.

Es, pues, el papel de la mujer en la economía el que determina sus derechos en el matrimonio y la sociedad. Eso resulta más claro aún cuando comparamos la situación de la mujer de una tribu de agricultores con la situación de la mujer de una tribu de criadores de ganado nómadas. Observaréis que un mismo fenómeno, como la maternidad, es decir, una propiedad natural de la mujer, puede tener consecuencias radicalmente opuestas en condiciones económicas diferentes.

Tácito nos da una descripción de la vida de los antiguos germanos. Era una sana, vigorosa y combativa tribu de agricultores. Tenían a sus mujeres en gran estima y escuchaban su opinión. Entre los germanos, las mujeres tenían toda la responsabilidad del trabajo de los campos. Las mujeres de las tribus checas que practicaban la agricultura gozaban del mismo aprecio. La leyenda transmitida sobre la sabiduría de la princesa Libusa relata que una de las hermanas de Libusa se ocupaba del arte de curar, mientras que la otra construía nuevas ciudades. Cuando Libusa llegó al poder, eligió como consejeras a dos chicas jóvenes particularmente versadas en las cuestiones de derecho. Aquella princesa gobernaba de manera democrática y consultaba con su pueblo todas las decisiones importantes. Libusa fue destronada más tarde por sus hermanos. Esa leyenda atestigua bastante bien la manera en que los pueblos conservaron la memoria del dominio de la mujer. El matriarcado se convirtió, en la leyenda popular, en una época particularmente feliz y bendita, puesto que la tribu llevaba aún una vida colectiva.

¿Cuál era la situación de la mujer en una tribu de pastores? Una tribu de cazadores se transformaba en tribu de pastores cuando las condiciones naturales eran favorables (grandes espacios de estepa, hierba abundante, rebaños de bovinos o de caballos salvajes) y cuando se disponía de un número suficiente de cazadores fuertes, diestros e intrépidos, capaces no solamente de matar a su presa, sino también de capturarla viva. Eran sobre todo los hombres quienes poseían estas cualidades corporales. Las mujeres no podían consagrarse a ello sino temporalmente, cuando no estaba absortas en las tareas maternas. La maternidad las relegaba a una posición particular, y estuvo en origen de una división del trabajo que se basaba en la diferencia de los sexos. Cuando el hombre salía de caza acompañado por las mujeres solteras, la mujer madre era dejada atrás para vigilar el rebaño capturado. Debía asegurar también la domesticación de los animales. Pero esta tarea económica no revestía sino una significación de segundo orden, era subordinada. Reflexionad vosotras mismas. ¿Quién, desde un punto de vista estrictamente económico, sería más favorecido por el clan, el hombre que captura a la hembra del búfalo o la mujer que la ordeña? ¡Naturalmente el hombre! Como la riqueza de la tribu se fundamentaba en el número de animales capturados, era lógicamente el que podía incrementar el rebaño quien era considerado como productor principal y fuente de prosperidad para la tribu.

El papel económico de la mujer en las tribus de pastores era siempre secundario. Como la mujer, desde un punto de vista económico, tenía menos valor y su trabajo era menos productivo, es decir que no contribuía tanto a la prosperidad de la tribu, la concepción según la cual la mujer no era tampoco igual al hombre se abrió paso. Es importante observar lo siguiente: las mujeres de aquellas tribus no tenían, durante la ejecución de su trabajo subordinado a la vigilancia del rebaño, que cumplir con las mismas exigencias y las mismas necesidades, es decir, desarrollar costumbres regulares de trabajo, como era el caso para las mujeres de las tribus de agricultores. El hecho de que las mujeres no sufriesen nunca la falta de provisiones cuando permanecían solas en los lugares de vivienda fue particularmente determinante. En efecto, el ganado al que vigilaban podía ser sacrificado en cualquier momento. Las mujeres de las tribus de pastores no estaban, pues, obligadas a inventar otros métodos de subsistencia, como las mujeres de las tribus que practicaban tanto la caza como la agricultura. Por otra parte, la vigilancia del ganado necesitaba menos inteligencia que el trabajo complicado de la tierra.

Las mujeres de las tribus de pastores no podían medirse intelectualmente con los hombres y, desde un punto de vista estrictamente corporal, eran, por la fuerza y la agilidad, totalmente inferiores a ellos. Ello reforzó naturalmente la representación de la mujer como una criatura inferior. Con el aumento del ganado de la tribu, la condición de sirvienta de la mujer se reforzaba - valía menos que los animales- del mismo modo que se ampliaba la brecha entre los sexos. Los pueblos nómadas y pastores se trasformaron por otra parte más fácilmente en hordas guerreras y saqueadoras que los pueblos que obtenían su subsistencia de la agricultura. La riqueza de los campesinos se basaba en un trabajo más sosegado que el de los criadores de animales y de los nómadas, para quienes el saqueo era una fuente evidente de enriquecimiento. Al principio, no robaron sino animales, luego saquearon y arruinaron progresivamente a las tribus vecinas, quemando sus reservas y haciendo entre ellos presos, que se convirtieron en los primeros esclavos.

Matrimonios forzados y raptos de mujeres de tribus vecinas eran practicados sobre todo por las tribus nómadas y guerreras. El matrimonio forzado dejó huellas profundas en la historia de la humanidad. Contribuyó indiscutiblemente a reforzar la opresión de la mujer. Tras haber sido arrancada a pesar suyo de su propia tribu, la mujer se sentía particularmente indefensa. Estaba entregada por completo a los que la habían raptado o capturado. Con el acceso a la propiedad privada, el matrimonio forzado indujo al valeroso guerrero a que renunciara a su parte de botín en forma de vacas, caballos o carneros para exigir la posesión absoluta de una mujer, es decir, el derecho a disponer enteramente de su fuerza de trabajo. "No tengo ninguna necesidad de bovinos, de caballos o de animales de pelo largo; concédeme solamente el derecho de poseer a la mujer que he capturado con mis propias manos." Es muy evidente que la captura y el rapto por una tribu extraña significaron para la mujer la supresión de toda igualdad de derechos. Se encontró así en una posición subordinada y desprovista de derechos con respecto a todo el clan, pero en particular para con el que la capturó, es decir, su marido. A pesar de eso, los investigadores que atribuyen la no emancipación de la mujer al matrimonio no tienen razón: no fue la institución del matrimonio sino, ante todo, el papel económico de la mujer la causa de su ausencia de libertad entre los pueblos de pastores nómadas. El matrimonio forzado, si se encontraba entre ciertas tribus de agricultores, no perjudicaba los derechos de la mujer, sólidamente arraigados entonces en dichas tribus. La historia nos enseña que los antiguos romanos raptaron a las mujeres de los sabinos. Ahora bien, los romanos eran un pueblo agrario. Y, en tanto predominó aquel sistema económico, los romanos respetaron profundamente a sus mujeres, incluso si las habían arrancado por la fuerza a las tribus vecinas. El lenguaje actual, para traducir la consideración de que goza una mujer de parte de su familia y de sus allegados, la compara con una "matrona romana", lo cual es evidentemente una supervivencia de aquella situación. Con el tiempo, sin embargo, también la posición de la mujer romana se deterioró.

Los pueblos pastores no tienen ningún respeto a la mujer. Es el hombre quien reina, y este dominio, el patriarcado, existe aún en nuestros días. Basta con examinar más atentamente las tribus de pastores y de nómadas de las repúblicas federales de la URSS: los bachkires, los kirghices y los calmucos. La situación de la mujer en aquellas tribus es particularmente desoladora. Es propiedad del marido que la trata como ganado. La compra exactamente lo mismo que compraría un carnero. La transforma en acémila y en esclava obligada a saciar todos sus deseos. Inútil es añadir que la mujer calmuca o kirghiz no tiene derecho al amor. El beduino nómada, antes de cerrar el trato, pone un hierro candente en la mano de su futura mujer para medir su resistencia. Si la mujer que se ha procurado caer enferma, la echa de casa, persuadido de que ha hecho un mal negocio. En las islas Fiji, el hombre tenía aún, hasta hace poco, el derecho de consumir a su mujer. Entre los calmucos, el hombre podía matar a su mujer legalmente, si lo engañaba. En cambio, si era ella quien mataba al marido, se le arrancaba la nariz y las orejas.

En numerosas tribus salvajes de la prehistoria, las mujeres estaban hasta tal punto consideradas como propiedad de su marido que estaban obligadas a seguirle hasta en la muerte. Las viudas debían subir a la hoguera preparada para la incineración y ser quemadas. Esta bárbara costumbre fue practicada durante mucho tiempo entre los indios de América y de India así como de las tribus africanas, entre los antiguos noruegos y los nómadas esclavos de la antigua Rusia. En toda una serie de pueblos africanos y asíaticos, hay precios fijos para la compra de mujeres, igual que para la compra de carneros, de lana o de fruta. No resulta difícil imaginarse la vida de dichas mujeres.

Si un hombre es rico, se puede comprar varias esposas. Estas le proporcionan gratuitamente sus fuerzas de trabajo y le aseguran una diversidad en sus retozos sexuales. En Oriente, mientras que el hombre pobre se tiene que conformar con una sola mujer, los miembros de la clase dominante rivalizan a porfía con el número de sus esclavas domésticas. El rey de la tribu primitiva de los aschantis posee para sí solo trescientas mujeres. Los reyezuelos indios hacen alarde de varios centenares de mujeres. Lo mismo ocurre en Turquía y en Persia, donde las pobres mujeres se pasan la vida entera encerradas tras las paredes de los harenes. En Oriente, esta situación se ha perpetuado hasta nuestros días. El antiguo sistema económico ha seguido igual, mandando a las mujeres a la cautividad y a la esclavitud. Pero esta situación no se ha de atribuir únicamente a la intitución del matrimonio.

Cualquiera que sea la forma del matrimonio, depende siempre del sistema económico y social y del papel de la mujer en el interior del mismo. Volveremos a hablar de este tema de manera más detenida en otra serie de conferencias. Mientras tanto, la resumimos como sigue: todos los derechos de la mujer, tanto matrimoniales como políticos y sociales, son determinados únicamente por su papel en el sistema económico.

Os voy a poner un ejemplo actual. Es penoso ver cuán desprovista de derechos esta la mujer entre los bachkires, los kirghices y los tártaros. Pero tan pronto como un bachkir o un tártaro se instala en la ciudad y su mujer consigue ganarse su propia vida, el poder del hombre sobre su mujer se debilita gravemente.

Para resumir la conferencia de hoy: hemos visto que la situación de la mujer, durante las primerísimas etapas de la evolución humana, se diferenciaba según los diversos tipos de organización económica. Allí donde la mujer era la principal productora en el sistema económico, era honrada y tenía derechos importantes. Pero si su trabajo para el sistema económico revestía una importancia y una significación menores, pronto ocupaba una posición dependiente y sin derechos y se convertía en la sirvienta e incluso la esclava del hombre.

Gracias al aumento de la productividad del trabajo humano y a la acumulación de las riquezas, el sistema económico se complicó con el tiempo. Entonces fue el fin del comunismo primitivo y de la vida en tribus encerradas en sí mismas. El comunismo primitivo fue reemplazado por un sistema económico fundado en la propiedad privada y el intercambio creciente, es decir el comercio. La sociedad se dividió desde entonces en clases.

La próxima ocasión, hablaremos de la situación de la mujer en ese sistema económico.

Lectura 2:

Simone de Beauvoir. El segundo sexo. Alianza, México, 1994. Tomo 1, páginas 18-19, 21, 171-181; Tomo 2, páginas 497-503

En esta obra, publicada originalmente en 1949, Simone de Beauvoir hace la crítica moderna más lúcida, compleja y profunda a la cultura patriarcal, partiendo de los hechos y los mitos más antiguos y llegando hasta la experiencia vivida de las mujeres contemporáneas. Plantea a la libertad como una necesidad humana de las mujeres, que ellas han de satisfacer mediante la construcción previa de su propia autonomía, de su subjetividad y de la igualdad solidaria entre las mujeres y los hombres.

Los extractos que se reproducen a continuación provienen de la Introducción, el Capítulo 5 de la Segunda Parte y de la Conclusión de la Cuarta Parte.

... Ahora bien, la mujer siempre ha sido, si no esclava del hombre, al menos su vasalla; los dos sexos no han compartido nunca el mundo por partes iguales, y todavía hoy aunque su condición está evolucionando, la mujer padece de muchas desventajas. En casi ningún país su estatuto legal es idéntico al del hombre, y a menudo la deja en una situación muy desfavorable. Aunque le sean reconocidos ciertos derechos abstractamente, una larga costumbre impide que encuentren una expresión concreta en las costumbres. Económicamente, los hombres y las mujeres constituyen casi dos castas; ante los mismos hechos, los primeros tienen situaciones más ventajosas, salarios más altos y más posibilidades de éxito que sus recientes competidoras; los hombres ocupan en la industria, en la política, etcétera, un número mucho mayor de lugares y retienen los más importantes. Además de los poderes concretos que poseen, están revestidos de un prestigio cuya tradición se mantiene a lo largo de toda la educación del niño; el presente rodea al pasado, y en el pasado toda la historia ha sido hecha por los machos. En el momento en que las mujeres empiezan a tomar parte en la elaboración del mundo, ese mundo es todavía un mundo que pertenece a los hombres; ellos no lo dudan, y ellas dudan apenas.

Negarse a ser el Otro, negar la complicidad con el hombre sería, para ellas, renunciar a todas las ventajas que les puede conferir la alianza con la casta superior. El hombre-soberano protegerá materialmente a la mujer-vasallo, y se encargará de justificar su existencia; junto con el riesgo económico, la mujer esquiva el riesgo metafísico de una libertad que debe inventar sus propios fines sin ayuda. En efecto, al lado de la pretensión de todo individuo de afirmarse como sujeto, que es una pretensión ética, también hay en él la tentación de huir de su libertad y constituirse en cosa; ése es un camino nefasto por pasivo, equivocado y perdido, y entonces resulta presa de voluntades ajenas, mutilado en su trascendencia y frustrado de todo valor. Pero es un camino fácil: así se evitan la angustia y la tensión de la existencia auténticamente asumida. El hombre que constituye a la mujer en Otro encontrará en ella, pues, complicidades profundas. Así, la mujer no se reivindica como sujeto, porque carece de los medios concretos, porque experimenta el vínculo necesario que la sujeta al hombre sin plantearse la reciprocidad, y porque a menudo se complace en su papel de Otro...

(18-19)

Para probar la inferioridad de la mujer, los antifemenistas han apelado no sólo a la religión, la filosofía y la teología, como antes, sino también a la ciencia: biología, psicología experimental, etcétera. A lo sumo consentía en aceptar al otro sexo "la igualdad en la diferencia". Esta fórmula, que ha hecho fortuna, es muy significativa. Es exactamente la que utilizan, a propósito de los negros de América, las leyes Jim Crown; pero esa segregación pretendidamente igualitaria sólo ha servido para introducir las discriminaciones más extremas. Esa coincidencia no es nada casual; ya se trate de una raza, de una casta, de una clase o de un sexo reducidos a una condición inferior, los procesos de justificación son los mismos. "El eterno femenino" es el homólogo del "nalma negra" y del "carácter judío". Por otra parte, el problema judío, en su conjunto, es muy distinto de los otros dos. Para el antisemita, el judío no es tanto un inferior como un enemigo, y no le reconoce ningún lugar propio en este mundo; más bien, desea aniquilarlo. Pero hay analogías profundas entre la situación de las mujeres y la de los negros; unas y otros se emancipan hoy día de un mismo paternalismo, y la casta que ha sido dueña quiere mantenerlos en "su lugar", es decir, en el lugar que ha elegido para ellos; en los dos caso se explaya en elogios más o menos sinceros acerca de las virtudes del "buen negro", del alma inconsciente, infantil y riente del negro resignado, y de la mujer "verdaderamente mujer", es decir, frívola, pueril e irresponsable, la mujer sometida al hombre. En los dos casos extrae argumentos del estado de hecho que ha creado. Se conoce la salida de Bernard Shaw: "El norteamericano blanco -ha dicho, en síntesis- relega al negro al grado de lustrabotas y deduce de ello que sólo sirve para ser un lustrabotas". Este mismo círculo vicioso se encuentra en todas las circunstancias análogas; cuando se mantiene a un individuo o grupo de individuos en situación de inferioridad, es un hecho que es inferior, pero habría que ponerse de acuerdo acerca del alcance de la palabra ser; la mala fe consiste en darle un valor sustancial cuando tiene el sentido dinámico hegeliano: ser es haber devenido, es haber sido hecho tal cual se manifiesta; sí, las mujeres, en conjunto, son hoy día inferiores a los hombres, es decir, que su situación les abre menos posibilidades; el problema consiste en saber si ese estado de cosas debe perpetuarse.

(21)

Si echamos una ojeada de conjunto sobre esta historia, vemos que de ella se desprenden varias conclusiones, ésta en primer lugar: toda la historia de las mujeres ha sido hecha por los hombres. Así como en los Estados Unidos no hay un problema negro, sino un problema blanco, (1 Cf. Myrdall, El dilema americano). Cf. Myrdall, El dilema americano). y así como "el antisemitismo no es un problema judío, sino nuestro problema"2 (2 Cf. J. P. Sartre, Reflexiones sobre la cuestión judía.) (2 Cf. J. P. Sartre, Reflexiones sobre la cuestión judía.) el problema de la mujer ha sido siempre un problema de hombres. Ya se ha visto por qué razones han tenido al comienzo, junto con la fuerza física, el prestigio moral; ellos han creado los valores, las costumbres y las religiones, y las mujeres no les han disputado nunca ese imperio. Algunas solitarias -Safo, Cristina de Pisan, Mary Wollstonecraft, Olimpia de Gouges- han protestado contra la dureza de su destino, y a veces se han producido manifestaciones colectivas, pero las matronas romanas podían coligarse contra la ley Oppia, o las sufragistas anglosajonas ejercer alguna presión sólo porque los hombres estaban dispuestos a sufrirla.

Siempre han sido ellos quienes ha tenido entre sus manos la suerte de la mujer, y no han decidido de ella en función de su interés, sino considerando sus propios proyectos, sus temores y necesidades. Reverenciaron a la Diosa-Madre cuando la naturaleza les inspiró temor; cuando el instrumento de bronce les permitió afirmarse contra la mujer, instituyeron el patriarcado; el estatuto de la mujer se definió entonces por el conflicto entre la familia y el Estado; en la condición que le asignó el cristiano se reflejó su actitud frente a Dios, el mundo y su propia carne; la llamada "querella de las mujeres", en la Edad Media, fue una querella entre clérigos y laicos a propósito del matrimonio y del celibato; el régimen social fundado sobre la sociedad privada provocó la tutela de la mujer casada, y la revolución técnica realizada por los hombres liberó a las mujeres de hoy. Una evolución de la ética masculina trajo consigo la reducción de las familias numerosas por medio del control de la natalidad y liberó parcialmente a las mujeres de la servidumbre de la maternidad. El mismo feminismo no fue nunca un movimiento autónomo: en parte, fue un instrumento en manos de los políticos, y, en parte, un epifenómeno que reflejaba un drama social más profundo. Las mujeres no constituyeron jamás una clase separada, y en verdad no intentaron desempeñar un papel en la historia en función del sexo. Las doctrinas que reclaman el advenimiento de la mujer en tanto ella es carne, vida, inmanencia, el Otro, son ideologías masculinas que no expresan de ninguna manera las reivindaciones femeninas. La mayoría de las mujeres se resignan a su suerte sin intentar ninguna acción; las que han intentado cambiarla no han pretendido encerrarse en su singularidad y hacerla triunfar, sino superarla. Cuando intervinieron en el curso del mundo fue de acuerdo con los hombres y dentro de perspectivas masculinas.

En conjunto, esa intervención ha sido secundaria y episódica. Las clases en las que las mujeres gozaban de cierta autonomía económica, y que participaban en la producción, eran las clases oprimidas, y en función de trabajadoras eran más esclavas aún que los trabajadores machos. En las clases dirigentes, la mujer era un parásito, y como tal estaba sometida a las leyes masculinas: en los dos casos, la acción le era poco menos que imposible. El derecho y las costumbres no siempre coincidían, y el equilibrio entre ambos se establecía de manera que la mujer nunca era completamente libre. En la antigua república romana, las condiciones económicas daban poderes concretos a las matronas, pero no tenían ninguna independencia legal; a menudo sucede lo mismo en las civilizaciones campesinas y en la pequeña burguesía comerciante; ama-sirvienta en el interior de la casa, la mujer es socialmente una menor. Inversamente, se emancipa en épocas de disgregación social, pero cuando deja de ser vasalla del hombre pierde su feudo y sólo tiene una libertad negativa que busca traducirse en la licencia y la disipación: así sucede durante la decadencia romana, el Renacimiento, el siglo XVIII y el Directorio. O logra emplearse, pero está sometida; o se liberra, pero ya no tiene nada que hacer consigo misma. Es notable comprobar que la mujer casada ha tenido su lugar en la sociedad, pero no ha gozado de ningún derecho, en tanto que la soltera, honesta o prostituta, tenía todas las capacidades del hombre, pero hasta este siglo se hallaba más o menos excluida de la vida social. De esa oposición entre el derecho y las costumbres resultó, entre otras, esta curiosa paradoja: el amor libre no está prohibido por la ley, pero el adulterio es un delito; a menudo, sin embargo, la joven que comete un "desliz" es deshonrada, en tanto que la inconducta de la esposa es considerada con indulgencia; una gran cantidad de jóvenes desde el siglo XVII hasta nuestros días se ha casado con el único fin de poder tomar amantes libremente. Por medio de ese ingenioso sistema, la gran mayoría de las mujeres se halla estrechamente mantenida en andadores, y son necesarias circunstancias excepcionales para que una personalidad femenina logre afirmarse entre esas dos clases de sujeciones abstractas o concretas. Las mujeres que realizaron obras comparables con las de los hombres fueron aquellas a quienes la fuerza de las instituciones sociales exaltó más allá de toda diferenciación sexual. Isabel la Católica, Elisabeth de Inglaterra, Catalina de Rusia no fueron ni macho ni hembra: fueron reinas soberanas. Es notable que, abolida socialmente, su femineidad haya dejado de ser una inferioridad; la proporción de reinas que tuvieron grandes reinados es inmensamente superior a la de los grandes reyes. La religión opera una transformación semejante: Catalina de Siena y Santa Teresa están por encima de toda condición fisiológica de las almas santas; su vida secular y su vida mística, sus acciones y escritos se elevan a alturas a las que pocos hombres han llegado. Se tiene el derecho de pensar que si las otras mujeres fracasaron en su deseo de dejar huellas profundas en el mundo, fue porque se hallaban confinadas en su condición. No pudieron intervenir nunca sino de manera negativa u oblicua. Judith, Carlota Corday y Vera Zasulich asesinan; las mujeres de la Fonda conspiran; durante la Revolución y la Comuna hay mujeres que luchan al lado de los hombres contra el orden establecido; una libertad sin derecho y sin poder puede erguirse en el rechazo y la revuelta, pero les está prohibido participar de una construcción positiva; a lo sumo, lograrán inmiscuirse en las empresas masculinas por un camino desviado. Aspasia, Mme. de Maintenon y la princesa de los Ursinos fueron consejeras escuchadas, pero fue preciso que se consintiese en escucharlas. Los hombres exageran gustosamente el alcance de esas influencias cuando quieren convencer a la mujer de que a ella le corresponde la parte más hermosa, pero, de hecho, las voces femeninas callan allí donde comienza la acción concreta; ellas han podido suscitar guerras, pero no sugerir la táctica de una batalla; nunca han orientado la política, sino en la medida en que la política se reducía a la intriga, y los verdaderos comandos del mundo no han estado nunca en manos de las mujeres, que no han actuado ni sobre la técnica ni sobre la economía, que no han hecho ni deshecho Estados y que no han descubierto mundos. Ciertos acontecimientos han sido desencadenados por ellas, pero han sido pretextos mucho más que agentes. El suicidio de Lucrecia sólo tiene un valor simbólico. El martirio le sigue siendo permitido al oprimido; durante las persecuciones cristianas, o al día siguiente de ciertas derrotas sociales o nacionales, algunas mujeres desempeñaron el papel de testigos, pero nunca un mártir ha cambiado la faz del mundo. Hasta las manifestaciones e iniciativas femeninas sólo han sido valederas cuando una decisión masculina las ha prolongado eficazmente. Las norteamericanas agrupadas en torno de Mrs. Beecher Stowe excitan violentamente a la opinión pública en contra de la esclavitud, pero las verdaderas razones de la guerra de Secesión no fueron de orden sentimental. La "jornada de las mujeres" del 8 de marzo de 1917 precipitó la Revolución rusa, tal vez, pero a pesar de todo no fue más que una señal. La mayoría de las heroínas femeninas son de raza barroca: aventureras, mujeres originales, no tan notables por la importancia de sus actos como por la singularidad de sus destinos; así, si se compara a Juana de Arco, Mme. Roland o Flora Tristan con Richelieu, Danton o Lenin, se ve que su grandeza era ante todo subjetiva; son figuras ejemplares antes que agentes históricos. El gran hombre surge de la masa y es impulsado por las circunstancias; la masa de las mujeres está al margen de la historia, y las circunstancias son un obstáculo para cada una de ellas, no un trampolín. Para cambiar la faz del mundo, en primer lugar hay que estar sólidamente anclado en él, pero las mujeres enraizadas sólidamente en la sociedad son aquéllas que le están sometidas; a menos de haber sido señaladas para la acción por derecho divino -y en ese caso se han mostrado tan capaces como los hombres-; la ambiciosa y la heroína son monstruos extraños. Sólo cuando las mujeres empiezan a sentir que el mundo es su hogar se ve aparecer a una Rosa Luxemburgo, una madame Curie. Ellas demuestran con brillo que la insignificancia histórica de las mujeres no ha sido determinada por su inferioridad sino que su insignificancia histórica las ha destinado a la inferioridad3. (3 Es notable que en París, sobre un millar de estatuas (si se exceptúa a las reinas, que por una raón puramente arquitectónica forman la canastilla de Luxemburgo) no hay más que diez dedicadas a las mujeres. Hay tres Juana de Arco. Las otras son Mme. de Ségur, George Sand, Sara Bernhardt, Mme. Boucicaut y la baronesa de Hirsch, María Deraismes y Rosa Bonheur).

El hecho es evidente en el dominio en donde han logrado afirmarse mejor, es decir, el dominio cultural. Su suerte ha estado ligada profundamente a la de las letras y las artes; ya entre los germanos las funciones de profetisa y sacerdotisa recaen sobre las mujeres; como están al margen del mundo, los hombres se vuelven hacia ellas cuando intentan trasponer los límites de su universo y acceder a otro por medio cultura. El misticismo cortés, la curiosidad humanista, el gusto por la belleza que se expande en el Renacimiento italiano, el preciosismo del siglo XVII, y el ideal progresista del siglo XVIII, traen aparejada una exaltación de la femineidad bajo formas diversas. La mujer es entonces el polo principal de la poesía, la sustancia de la obra de arte; el tiempo de que dispone le permite dedicarse a los placeres del espíritu; inspiradora, juez y público del escritor, se convierte en su émulo; a menudo es ella quien hace prevalecer un modo de sensibilidad, una ética que alimenta a los corazones masculinos y así interviene en su propio destino; la instrucción de las mujeres es una conquista en gran parte femenina. Y, sin embargo, si ese papel colectivo que desempeñan las mujeres intelectuales es importante, sus contribuciones individuales, en conjunto, no son tan valiosas. Las mujer ocupa un lugar privilegiado en los dominios del pensamiento y del arte, porque no está comprometida en la acción, pero en ésta se hallan las fuentes vivas del arte y del pensamiento. Estar situada al margen del mundo no es una situación favorable para quien pretenda recrearlo; también aquí, para emerger más allá del dato, hay que hallarse profundamente enraizado en él. Las realizaciones personales son casi imposibles para las categorías humanas a las que se mantiene colectivamente en una situación interior. "¿Adónde quieren ustedes que vaya una con faldas?", pregunta María Bashkirtseff. Y Stendhal: "Todos los genios que nacen mujeres están perdidos para la dicha del público". A decir verdad, no se nace genio, llega uno a serlo; la condición femenina ha hecho que hasta ahora ese devenir sea imposible.

Del examen de la historia, los antifeministas extraen dos argumentos contradictorios: 1º, las mujeres no han creado nunca nada grande; 2º, la situación de la mujer no ha impedido jamás la expansión de las grandes personalidades femeninas. Hay mala fe en ambas afirmaciones; los éxitos de algunas privilegiadas no compensan ni excusan el rebajamiento sistemático de su nivel colectivo; y el que esos éxitos sean raros y limitados prueba precisamente que las circunstancias les son desfavorables. Como lo han sostenido Cristina de Pisan, Poulain de la Barre, Condorcet, Stuart Mill y Stendhal, en ningún dominio la mujer tuvo nunca sus oportunidades. Por esa razón, un gran número de ellas reclama un nuevo estatuto, y una vez más su reivindicación no consiste en ser exaltadas en su femineidad sino en que en ellas mismas, tanto como en la humanidad en conjunto, la trascendencia se imponga sobre la inmanencia. Lo que quieren, en fin, es que se les acuerden los derechos abstractos y las posibilidades concretas sin la conjugación de los cuales la libertad no es más que una mistificación4. (4Aun aquí los antifeministas juegan con un equívoco. De pronto, y sin considerar para nada la libertad abstracta, se exaltan acerca del gran papel concreto que la mujer sometida puede desempeñar en el mundo; (¿qué reclama ella, pues?), como, del mismo modo, desconocen el hecho de que la licencia negativa no abre ninguna posibilidad concreta, y reprochan a las mujeres abstractamente liberadas el no haber hecho sus intentos.)

Esa voluntad está en camino de realizarse. Pero atravesamos por un periodo de transición; este mundo, que ha pertenecido siempre a los hombres, se halla todavía en su manos y sobreviven en gran parte las instituciones y valores de la civilización patriarcal. Los derechos abstractos están muy lejos de ser reconocidos integralmente a la mujer en todas partes; en Suiza todavía no votan; en Francia, la ley de 1942 mantiene las prerrogativas del esposo bajo una forma atenuada. Y acabamos de decir que los derechos abstractos no han bastado nunca a la mujer para asegurarse una toma concreta del mundo; entre los dos sexos aún no hay en la actualidad una igualdad verdadera.

En primer lugar, las cargas del matrimonio siguen siendo mucho más pesadas para la mujer que para el hombre. Ya se ha visto que las servidumbres de la maternidad ha sido reducidas por la práctica -confesada o clandestina- del "birth control", que de todos modos no se ha difundido universalmente ni ha sido rigurosamente aplicada; como el aborto está oficialmente prohibido, muchas mujeres comprometen su salud con maniobras abortivas no controladas o viven aniquiladas por sus innumerables maternidades. La mujer soporta aún, casi exclusivamente, tanto el cuidado de los niños como el mantenimiento del hogar. En Francia, en particular, la tradición antifeminista es tan tenaz que un hombre creería fracasar si participa en tareas reservadas antaño a las mujeres. Resulta de ello que a la mujer le es mucho más difícil que al hombre conciliar su vida familiar con su papel de trabajadora. En los casos en que la sociedad exige ese esfuerzo de su parte, su existencia es mucho más penosa que la de su esposo.

Consideremos la suerte de las campesinas, por ejemplo, que en Francia constituyen la mayor parte de las mujeres que intervienen en el trabajo productor, y generalmente están casadas. La soltera, en efecto, permanece casi siempre como sirvienta en la casa paterna o en la de un hermano o hermana, y sólo llega a ser dueña de casa si acepta la dominación de un marido; las costumbres y tradiciones le asignan papeles diversos de una región a otra: la campesina normanda preside la comida, en tanto que la mujer corsa no se sienta a la misma mesa que los hombres; pero en todo caso, y desempeñando en la economía doméstica uno de los papeles más importantes, participa de las responsabilidades del hombre, está asociada a sus intereses y comparte con él la propiedad; es respetada, y a menudo es ella misma quien gobierna de manera efectiva; su situación se parece a la que ocupaba en las antiguas comunidades agrícolas. A menudo tiene tanto o más prestigio moral que su marido, pero condición concreta es mucho más dura. Los cuidados de la huerta, del corral, de las ovejas y los cerdos son de su exclusiva incumbencia; interviene también en los trabajos pesados: cuida de los establos, la distribución del estiércol, las sementeras, la labranza y la siega, y arranca las malas hierbas, cosecha, vendimia y a veces ayuda a cargar y descargar las carretas de paja, heno y leña, etcétera. Además prepara las comidas y cuida del hogar: lava y remienda la ropa, etcétera. Soporta las pesadas cargas de la maternidad y el cuidado de los niños.

Se levanta al alba, alimenta el corral y el ganado menor, sirve el desayuno a los hombres, atiende a los niños y va a trabajar a los campos o bosques, o a la huerta; saca agua de la fuente, sirve el almuerzo, lava la vajilla y se va a trabajar de nuevo a los campos hasta la hora de la cena; después de la última comida ocupa la velada en reacomodar las cosas, limpiar, desgranar el maíz, etcétera. Como no tiene tiempo para ocuparse de su salud ni siquiera cuando está encinta, se deforma pronto y se la ve prematuramente marchita y gastada, roída por las enfermedades. Le son negadas las pocas compensaciones que el hombre encuentra de tanto en tanto en la vida social: va a la ciudad los domingos y los días de feria, se encuentra con otros hombres, frecuenta el café, juega a las cartas, caza y pesca. Ella permanece en la granja y no conoce ningún descanso. Sólo las campesinas acomodadas, que se hacen ayudar por sirvientas o están dispensadas del trabajo de los campos, llevan una vida de dichoso equilibrio: son honradas socialmente y gozan en el hogar de una gran autoridad, sin que el trabajo las aplaste. Pero durante la mayor parte del tiempo el trabajo rural reduce a la mujer a la condición de bestia de carga.

La comerciante, o la patrona que dirige una pequeña empresa, han sido siempre mujeres privilegiadas, y son las únicas a quienes el código ha reconocido capacidades civiles a partir de la Edad Media; la almacenera, la granjera, la hotelera y la cigarrera tienen una posición equivalente a la del hombre; si son solteras o viudas, constituyen por sí mismas una razón social; si están casadas, poseen la misma autonomía que su esposo. Tienen la buena suerte de que su trabajo, no muy absorbente, se realiza en el mismo edificio que ocupa su hogar.

Las obreras, empleadas, secretarias o vendedoras que trabajan afuera soportan circunstancias muy distintas. Les es mucho más difícil conciliar su oficio con el cuidado de la casa (los mandados, la preparación de las comidas, la limpieza y conservación de la ropa exigen al menos tres horas y media de trabajo por día, y seis horas los domingos; es un tiempo considerable si se suma al de las horas de oficina o de fábrica). En cuanto a las profesiones liberales, aunque las abogadas, médicas y profesoras se hagan ayudar un poco en las tareas caseras, el hogar y los hijos también representan para ellas una serie de cargas y preocupaciones que suponen una desventaja muy grande. En América, el trabajo casero ha sido simplificado por medio de técnicas muy ingeniosas, pero el aspecto y la elegancia que se exige a la trabajadora le imponen otra servidumbre, y además sigue siendo responsable de la casa y de los niños.

Por otra parte, la mujer que busca su independencia en el trabajo tiene muchas menos oportunidades que sus competidores masculinos. En muchos oficios, su salario es inferior al de los hombres; sus tareas son menos especializadas y, por lo tanto, no tan bien pagadas como las de un obrero calificado, y la igualdad de trabajo es menos remunerada. La circunstancia de que es una recién llegada al universo de los hombres le da menos posibilidades de éxito. Tanto a los hombres como a las mujeres les repugna igualmente estar bajo las órdenes de una mujer, y siempre demuestran tener más confianza en un hombre; si ser mujer no es una tara, es, al menos, una singularidad. Para "llegar", a una mujer le es útil asegurarse el apoyo masculino. Los hombres que ocupan los lugares más prominentes son los que asignan los puestos más importantes. Es esencial subrayar que los hombres y mujeres constituyen, económicamente dos castas5. (5 En Estados Unidos, las grandes fortunas terminan por caer a menudo en manos de las mujeres; más jóvenes que sus maridos, les sobreviven y heredan, pero entonces ya son mujeres de edad y toman raramente la iniciativa de nuevas inversiones. Actúan como usufructuarias antes que como propietarias. De hecho son los hmbres quienes disponen de los capitales. De todos modos, esas ricas privilegiadas no constituyen más que una pequeña minoría. En los Estados Unidos, más que en Europa, a una mujer le es casi imposible llegar como abogada, médica, etcétera, a una alta situación.)

El hecho que rige la condición actual de la mujer es la obstinada supervivencia de las tradiciones más antiguas en la nueva civilización que empieza a esbozarse. Eso es lo que desconocen los observadores apresurados que estiman que la mujer es inferior a las oportunidades que se le ofrecen hoy día, o que sólo son capaces de ver tentaciones peligrosas en esas mismas oportunidades. La verdad es que su situación carece de equilibrio, y por esa razón le es muy difícil adaptarse. Se abren a las mujeres las fábricas, las oficinas y las Facultades, pero se sigue considerando que el matrimonio es para ellas una de las carreras más honorables, que las dispensa de toda otra participación en la vida colectiva. Del mismo modo que en las civilizaciones primitivas, el acto amoroso es en la mujer un servicio que tiene el derecho de hacerse pagar más o menos directamente. Salvo en la URSS6, (6Al menos, según la doctrina oficial) en todos los países la mujer moderna puede considerar su cuerpo como un capital de explotación. La prostitución es tolerada7 (7En los países anglosajones la prostitución no ha sido reglamentada jamás. Hasta 1900 la "Common law" inglesa y norteamenricana sólo la consideraba un delito cuando era escandalosa y creaba desórdenes. A partir de entonces, la represión se ejerció con mayor o menor rigor y con mayor o menor éxito en Inglaterra y en diferentes estados de los Estados Unidos, cuyas legislaciones difieren mucho sobre este punto. En Francia, a continuación de una larga campaña abolicionista, la ley del 13 de abril de 1946 ordenó el cierre de las casas de tolerancia y el refuerzo de la lucha contra el proxenetismo: "Considerando que la existencia de esas casas es incompatible con los principios esenciales de la dignidad humana y el papel que se ha devuelto a la mujer en la sociedad moderna..." Sin embargo, la prostitución se sigue ejerciendo igual. La situación no podrá modificarse, evidentemente, con medidas hipócritas y negativas) y la galantería estimulada. Y la mujer casada tiene autorización para hacerse mantener por un marido, además de lo cual está revestida de una dignidad social muy superior a la de la soltera. Las costumbres están muy lejos de otorgar a esta última posibilidades sexuales equivalentes a las del soltero macho; la maternidad, en particular, le está casi prohibida, pues la madre soltera es objeto de escándalo. ¿Cómo no habría de conservar todo su valor el mito de Cenicienta? 8 (8 Cf. Philipp Wyllie, Generación de víboras.)

Todo estimula aún a la joven a esperar del "príncipe encantado" la fortuna y la dicha antes que a intentar sola su difícil e incierta conquista. En particular, gracias a él puede esperar el acceso a una casta superior a la suya, milagro que no recompensará el trabajo de toda su vida. Pero tal esperanza es nefasta, porque divide sus fuerzas y sus intereses9, (9Volveremos largamente sobre este punto en el vol. II).y tal vez sea esa división la desventaja más grave que sufre la mujer. Los padres educan aún a sus hijas con vistas al matrimonio, en vez de favorecer su desarrollo personal, y ellas terminan por verle tantas ventajas que concluyen por desearlo, de donde resulta que a menudo son menos especializadas y sólidamente formadas que sus hermanos, pues se entregan menos totalmente a su profesión, respecto de la cual se dedican a ser inferiores, y así se cierra el círculo vicioso, pues esa inferioridad refuerza su deseo de encontrar un marido. Todo beneficio supone siempre una carga, pero si las cargas son demasiado pesadas, el beneficio sólo aparece como servidumbre, para la mayoría de los trabajadores, el trabajo es hoy día un yugo ingrato, y para la mujer no se halla compensado por una conquista concreta de su dignidad social, de su libertad de costumbres y de su autonomía económica, por lo que es natural que muchas obreras y empleadas no vean en el derecho al trabajo más que una obligación de la cual las libertará el matrimonio. Sin embargo, el hecho de que haya tomado conciencia de sí y de que pueda liberarse también del matrimonio por medio del trabajo, determina que la mujer tampoco acepte dócilmente su sujeción. Lo que ella quisiera es que la conciliación de la vida familiar con el desempeño de un oficio no le exigiese acrobacias agotadoras. Aun en ese caso, en tanto subsistan las tentaciones de la facilidad -por la desigualdad económica que da ventajas a ciertos individuos, y el derecho reconocido a la mujer de venderse a uno de esos privilegiados- necesitará un esfuerzo moral mucho más grande que el macho para elegir el camino de la independencia. No se ha comprendido bastante que la tentación es también un obstáculo, y hasta uno de los más peligrosos. Aquí la mujer acepta una mistificación, porque de hecho habrá una ganadora sobre miles en la lotería del hermoso matrimonio. La época actual invita a las mujeres al trabajo, y hasta las obliga, pero hace brillar delante de sus ojos un paraíso de ociosidad y delicias que exalta a las elegidas muy por encima de quienes permanecen adheridas a este mundo terrestre.

El privilegio económico de los hombres, su valor social, el prestigio del matrimonio y la utilidad de un apoyo masculino comprometen a las mujeres a desear ardientemente el agradar a los hombres. En conjunto, todavía se encuentran en situación de dependencia. Se sigue de ello que la mujer se conoce y elige, no tanto en cuanto ella existe para él, sino tal cual el hombre la define. Por lo tanto, antes necesitamos describirla como los hombres la sueñan, porque su ser-para-los-hombres es uno de los factores esenciales de su condición concreta.

(171-181)

 

Es fácil imaginar un mundo donde hombres y mujeres fuesen iguales, pues es exactamente el que había prometido la revolución soviética; las mujeres, educadas y formadas exactamente como los hombres, trabajarían en las mismas condiciones10 (10El que ciertos oficios demasiado duros les sean prohibidos no contradice este proyecto; entre los mismos hombres se busca cada vez más el realizar una adaptación profesional; sus capacidades físicas e intelectuales limitan sus posibilidades de elección; lo que se exige, en todo caso, es que no se trace ninguna frontera de sexo o de casta) y con los mismos salarios; la libertad erótica sería admitida por las costumbres, pero el acto sexual ya no sería considerado como un "servicio" que debe pagarse. La mujer sería obligada a asegurarse otro modo de ganarse la vida. El matrimonio reposaría sobre una libre relación que los esposos podrían denunciar cuando quisiesen. La maternidad sería libre, es decir, que quedaría autorizado el control de la natalidad y el aborto y por eso mismo se otorgaría a todas las madres y a sus hijos los mismos derechos, fuesen o no fuesen casadas. Los gastos del embarazo serían pagados por la colectividad, que asumiría la carga de los niños, lo que no quiere decir que los retirarían de manos de los padres, sino que no los abandonarían.

Pero ¿es suficiente cambiar las leyes, las instituciones, las costumbres, la opinión pública y toda la estructura social para que mujeres y hombres se conviertan realmente en semejantes? "Las mujeres serán siempre mujeres", dicen los escépticos; y otros videntes profetizan que si destruyen su femineidad no lograrán convertirse en hombres, sino en monstruos. Esto es admitir que la mujer, tal como es hoy, es una creación de la naturaleza. Es necesario repetir una vez más que en la colectividad humana nada es natural y que la mujer es uno de los tantos productos elaborados por la civilización. La intervención de otros en su destino es original, y si esa acción fuese dirigida de otra manera, se lograría resultados completamente distintos. La mujer no es determinada por sus hormonas ni por instintos misteriosos, sino por la forma en que recupera, a través de conciencias extrañas, su cuerpo y su relación con el mundo. El abismo que separa a la adolescente del adolescente ha sido ahondado en forma concertada desde los primeros tiempos de la infancia. Más tarde no se podrá impedir que la mujer no sea eso que ha sido hecha, y estará siempre sujeta a ese pasado. Si se miden bien esos elementos se comprenderá que su destino no se halla determinado en la eternidad. No debe creerse que basta modificar su condición económica para trasformarla, aunque ese hecho ha sido y sigue siendo el factor primordial de su evolución. Pero en tanto ese factor no entrañe asimismo las consecuencias morales, sociales, culturales, etcétera, que anuncia y exige, la mujer nueva no podrá aparecer. En la actualidad esas consecuencias no han sido realizadas en ninguna parte, y no más en la URSS que en Francia o en Estados Unidos. Y por eso la mujer de hoy se encuentra como una "verdadera mujer" disfrazada de hombre, y se siente tan incómoda en su carne de mujer como vestida de hombre. Es necesario que le crezca una nueva piel y que ella misma realice su propia indumentaria, y esto sólo podrá lograrse mediante una evolución colectiva. Ningún educador aislado puede crear hoy un "ser humano hembra" que sea exactamente el homólogo del "ser humano macho"; si es educada como un varón, la joven se siente excepcional, y a base de eso sufre una nueva especificación. Stendhal lo comprendía muy bien cuando decía: "Hay que plantar de una sola vez todo el bosque". Pero si imaginamos una sociedad donde la igualdad de los sexos se realizase concretamente, esa igualdad se afirmaría como cosa nueva en cada individuo.

Si desde la más tierna edad la niña fuese educada con las mismas exigencias y los mismos honores, las mismas severidades y las mismas licencias que sus hermanos, y participase de sus mismos estudios y juegos y fuese prometida a un mismo porvenir, rodeada de mujeres y hombres que le pareciesen sus iguales, sin ninguna clase de dudas el sentido del "complejo de castración" y del "complejo de Edipo" se vería profundamente modificado. Al asumir con los mismos títulos que el padre la responsabilidad material y moral de la pareja, la madre usufructuaría el mismo duradero prestigio. La niña sentirá en torno de ella un mundo andrógino y no un mundo masculino. Si fuese más atraída por su padre -lo cual no es muy seguro que siempre suceda-, su amor por él sería matizado por una voluntad de emulación y no por un sentimiento de impotencia, pues no se orientaría hacia la pasividad. Autorizada a demostrar su valor en el trabajo y el deporte, y rivalizando activamente con los varones, la ausencia del pene -compensada por la promesa del hijo- no bastaría para crear un "complejo de inferioridad". Correlativamente, el varón no tendría de modo espontáneo un "complejo de superioridad" si no se lo insuflasen y si considerase a las mujeres tanto como a los hombres11 (11Conozco a un muchachito de ocho años que vive con su madre, una tía y una abuela, las tres independientes y muy activas, y un viejo abuelo semiimpotente. Tiene un terrible "complejo de inferioridad" con respecto al sexo femenino, a pesar de que su madre se dedica a combatirlo. En el colegio menoasprecia a compañeros y profesores porque son pobres machos). La muchacha no buscaría entonces compensaciones estériles en el narcisismo y el sueño, no se consideraría ya hecha, se interesaría en lo que hace, y se comprometería sin reticencias en sus empresas. Ya he dicho cuánto más fácil sería su pubertad si la transitase, como el varón, hacia un libre porvenir de adulto. La menstruación sólo le inspira tanto horror porque constituye una caída brutal en la femineidad. También asumirá más tranquilamente su joven erotismo, si no sintiera una gran aversión por su destino. Una educación sexual coherente la ayudaría mucho a superar esa crisis. Y gracias a la educación mixta, el misterio augusto del Hombre no tendría ocasión de nacer: sería eliminado por la familiaridad cotidiana y las competencias francas. Las objeciones que se oponen a ese sistema implican siempre el respeto a los tabúes sexuales, pero es inútil pretender inhibir en el niño la curiosidad y el placer, pues sólo se logra crear represiones, obsesiones y neurosis. La sentimentalidad exaltada, los fervores homosexuales y las pasiones platónicas de las adolescentes con todo su cortejo de frivolidad y disipación, son mucho más nefastos que algunos juegos infantiles y algunas experiencias precisas. Lo que sería beneficioso para la joven, sobre todo, es que al no buscar en el macho un semidiós -sino solamente un amigo, un compañero- no se desviaría de la necesidad de asumir ella misma su existencia. El erotismo y el amor tomarían el carácter de una libre superación, y no el de una renuncia, y podría vivirlos como una relación de igual a igual. Se sobreentiende que no se trata de suprimir de un plumazo todas las dificultades que debe superar el niño para convertirse en un adulto. La educación más inteligente y tolerante, no podría evitarle que hiciese sus experiencias por su propia cuenta. Lo que debe exigirse es que no se acumulen gratuitamente obstáculos en su camino. Ya es un progreso que no se cauterice con hierro "al rojo" a las muchachas "viciosas". El psicoanálisis ha instruido un poco a los padres; sin embargo, las condiciones en las cuales se cumplen la formación y la iniciación sexual de la mujer son tan deplorables que ninguna de las objeciones que se oponen a la idea de un cambio radical tiene valor alguno. No se trata de abolir en ella las contingencias y miserias de la condición humana, sino de ofrecerle el medio de superarlas.

La mujer no es víctima de ninguna misteriosa fatalidad. La importancia de las singularidades que la especifican proviene del significado que revisten. Podrán ser superadas si se las capta desde nuevas perspectivas. Así se ha visto que a través de su experiencia erótica, la mujer experimenta -y a menudo detesta- la dominación del macho, de lo cual no hay que concluir que sus ovarios la condenan a vivir eternamente de rodillas. La agresividad viril sólo se presenta como un privilegio señorial en la entraña de un sistema que conspira en su totalidad para afirmar la soberanía masculina. Y si la mujer se siente tan profundamente pasiva en el acto amoroso, es porque ya se piensa como tal. Reivindicando su dignidad de ser humano, muchas mujeres modernas captan aun su vida erótica a partir de una tradición de esclavitud y les parece humillante estar acostadas debajo del hombre y ser penetradas por él, y se crispan en la frigidez. Pero si la realidad fuese diferente, también lo sería el sentido que expresan simbólicamente los gestos y posturas amorosas; una mujer que paga, que domina a su amante, puede sentirse orgullosa de su soberbia ociosidad, por ejemplo, y considerar que sojuzga el macho que se gasta activamente. Ya hay muchas parejas sexualmente equilibradas entre quienes las nociones de victoria y derrota han cedido su lugar a una idea de intercambio. En verdad el hombre es carne, como la mujer, y por lo tanto una pasividad, instrumento de sus hormonas y de la especie, inquieta presa de su deseo. Y ella, como él, en el seno de la fiebre carnal es consentimiento, ofrenda voluntaria, actividad. Viven cada uno a su manera el extraño equívoco de la existencia hecha cuerpo. En esos combates en que creen enfrentarse uno con otro cada cual lucha contra sí mismo y proyecta sobre su compañero la parte de su yo que repudia. En vez de vivir la ambigüedad de su condición, cada uno se esfuerza por hacer soportar al otro su abyección y reservarse los honores. Pero si a pesar de todo la asumiesen con una lúcida modestia, correlativa de un auténtico orgullo, se reconocerían como semejantes y vivirían en amistad el drama erótico. El hecho de ser un ser humano es infinitamente más importante que todas las singularidades que distinguen a los seres humanos. El hecho nunca confiere superioridad; la "virtud", como la llamaban los antiguos, se define al nivel de "lo que depende de nosotros". En los dos sexos se realiza el mismo drama de la carne y del espíritu, de la finitud y la trascendencia. Los dos son roídos por el tiempo y acechados por la muerte, tienen una misma necesidad esencial del otro, y pueden extraer de su libertad la misma gloria. Si la supiesen gustar, no se verían tentados a disputar falaces privilegios y la fraternidad podría entonces nacer entre ellos.

Se me dirá que todas estas consideraciones son muy utópicas, puesto que para "rehacer a la mujer" sería preciso que ya la sociedad hubiese hecho de ella realmente la igual del hombre. En circunstancias análogas los conservadores no han dejado de denunciar jamás ese círculo vicioso y, sin embargo, la historia no gira sobre sí misma. Es indudable que si mantenemos a una casta en estado de inferioridad, permanecerá inferior; pero la libertad puede romper el círculo. Dejemos votar a los negros y se convertirán en personas dignas del voto. Otorguemos responsabilidades a la mujer, y sabrá asimilarlas. El hecho es que no puede esperarse de los opresores una actitud gratuita de generosidad. Pero tan pronto la rebelión de los oprimidos, como la evolución misma de la casta privilegiada crean situaciones nuevas, es así como los hombres han sido llevados, en su propio interés, a emancipar parcialmente a las mujeres, quienes sólo tienen que proseguir ese ascenso, al cual las estimulan los éxitos que obtienen. Parece casi seguro que de aquí a un tiempo más o menos largo llegarán a la perfecta igualdad económica y social, lo que entrañará una metamorfosis interior.

Algunos objetarán que si tal mundo es posible, no es deseable. Cuando la mujer sea "lo mismo" que su macho, la vida perderá "su única alegría". Tampoco ese argumento es nuevo; quienes tiene interés en perpetuar el presente vierten todas su lágrimas por el magnifico pasado que va a desaparecer, sin acordar siquiera una sonrisa al joven porvenir. Es verdad que al suprimir los mercados de esclavos se han asesinado las grandes plantaciones tan magníficamente adornadas de azaleas y camelias, y se ha arruinado toda la delicada civilización sudista. Las viejas puntillas se han unido en los graneros del tiempo a los sones tan puros de los castrados de la Sixtina, y hay un cierto "encanto femenino" que también amenaza convertirse en polvo. Acepto que significa ser un bárbaro no apreciar las flores raras, las puntillas, el cristal de una voz de eunuco y el encanto femenino. Cuando se exhibe en todo su esplendor, la "mujer encantadora" es un objeto mucho más exaltante que "las pinturas idiotas, los decorados, las ropas de los saltimbanquis, las insignias y las iluminaciones populares" que enloquecían a Rimbaud. Adornada con los artificios más modernos, y trabajada de acuerdo con las técnicas más recientes, la mujer llega desde el fondo de los siglos, desde Tebas, Minos y Chichén Itzá; es un tótem plantado en el corazón de la selva africana; es un helicóptero y un pájaro; y he ahí la mayor de las maravillas: bajo sus cabellos pintados el susurro de las hojas se convierte en pensamiento, y de sus senos se escapan palabras. Los hombres tienden ávidas manos hacia el prodigio, pero cuando lo aferran se desvanece. La esposa o la amante hablan con la boca, como todo el mundo, y sus palabras sólo valen lo que valen, sus pechos también. Por un milagro tan fugitivo -y tan raro- ¿merece perpetuarse una situación que es nefasta para los dos sexos? Se puede apreciar la belleza de las flores y el encanto de las mujeres, y apreciarlos en su justo valor, pero si esos tesoros se pagan con sangre o con sufrimiento, es necesario saber sacrificarlos. El hecho es que ese sacrificio les parece a los hombres singularmente pesado. Son pocos los que desean de todo corazón que la mujer termine de realizarse. Los que la menosprecian, no ven qué ganancia les puede procurar y quienes la quieren saber demasiado lo que pueden perder. Y es verdad que la evolución actual no amenaza tan sólo el encanto femenino: al existir por sí misma la mujer abdicará la función de doble y de mediadora que le ha dado en el universo masculino su lugar de privilegio. Para el hombre aprisionado entre el silencio de la naturaleza y la presencia exigente de otras libertades, un ser que es a la vez semejante y una cosa pasiva se le presenta como un gran tesoro. La figura bajo la cual ve a su compañera puede muy bien ser mística, pero las experiencias de las cuales ella es fuente o pretexto no son por eso menos reales; y no las hay ni más preciosas, ni más intimas, ni más apasionadas. No puede negarse que la dependencia, la inferioridad y la desgracia femeninas le otorgan su carácter singular. Es indudable que la autonomía de la mujer evitará a los machos muchos sinsabores, pero les privará también de muchas facilidades. Hay ciertas formas de vivir la aventura sexual que se perderán, seguramente, en el mundo de mañana, lo cual no significa que el amor, la dicha, la poesía y el sueño serán barridos de él. No olvidemos que nuestra falta de imaginación reduce siempre el porvenir, que no es para nosotros más que una abstracción. Cada uno de nosotros deplora sordamente la ausencia de lo que fue, pero la humanidad de mañana lo vivirá en su carne y en su libertad, ése será su presente y a su vez lo preferirá. Entre los sexos surgirán nuevas relaciones carnales y afectivas, de las cuales no tenemos ni idea; ya han aparecido entre hombres y mujeres amistades, rivalidades, complicidades y camaraderías, castas o sexuales, que los siglos anteriores no hubiesen podido inventar. Entre otras cosas, nada me parece más discutible que el slogan que destina el mundo nuevo a la uniformidad, y por lo tanto al aburrimiento. No veo que éste falte en nuestro mundo ni que la libertad cree la uniformidad. Antes que nada, siempre habrá entre hombre y mujer algunas diferencias. Como su erotismo, y por lo tanto su mundo sexual tiene una forma singular, no podría dejar de crear en ella una sensualidad y sensibilidad singulares; sus relaciones con su cuerpo, con el cuerpo macho y con el niño, no serán nunca idénticas a las que el hombre mantiene con su cuerpo, con el cuerpo femenino y con el niño. Los que hablan tanto de "igualdad en la diferencia" tendrán mala fe si no me aceptan que pueden existir diferencias en la igualdad. Por otra parte, son las instituciones las que crean la monotonía: jóvenes y hermosas, las esclavas del serrallo son siempre las mismas entre los brazos del sultán. El cristianismo ha dado al erotismo su sabor de pecado y de leyenda al otorgar un alma a la hembra del hombre. Si se le restituye su soberana singularidad no se quitara a los abrazos amorosos su sabor poético. Es absurdo pretender que la orgía, el vicio, el éxtasis y la pasión serían imposibles si el hombre y la mujer fuesen concretamente semejantes. Las contradicciones que oponen la carne al espíritu, el instante al tiempo, el vértigo de la inmanencia al llamado de la trascendencia, y lo absoluto del placer a la nada del olvido, no se eliminarán jamás. En la sexualidad se materializarán siempre la tensión, el desgarramiento, la felicidad, el fracaso y el triunfo de la existencia. Liberar a la mujer es negarse a encerrarla en las relaciones que sostiene con el hombre, pero no negarlas. Aunque se plantee para sí, no dejará de existir también para él; al reconocerse mutuamente como sujeto cada cual será para el otro, sin embargo, el otro. La reciprocidad de sus relaciones no suprimirá los milagros que engendra la división de seres humanos en dos categorías separadas: el deseo, la posesión, el amor, el sueño, la aventura. Y las palabras que nos conmueven: dar, conquistar, unirse, conservarán su sentido. Por el contrario, cuando sea abolida la esclavitud de una mitad de la humanidad y todo el sistema de hipocresía que implica, la "sección" de la humanidad revelará su auténtico significado y la pareja humana encontrará su verdadera figura.

"La relación inmediata, natural y necesaria del hombre con el hombre es la relación del hombre con la mujer", dijo Marx 12 (12 Obras filosóficas, tomo IV. Las cursivas son de Marx. * Centro de Estudios Interdisciplinarios en Ciencias y Humanidades, Universidad Nacional Autónoma de México). "Del carácter de esa relación puede concluirse hasta qué punto el hombre se ha comprendido a sí mismo como ser genérico, como hombre; la relación del hombre con la mujer es la relación más natural del ser humano con el ser humano. Aquí se hace evidente, por lo tanto, hasta qué punto el comportamiento natural del hombre se ha convertido en humano, o hasta qué punto su naturaleza humana se ha convertido en su naturaleza".

No es posible expresarlo mejor. Al hombre le corresponde hacer triunfar el reino de la libertad en la entraña del mundo dado Para lograr esa suprema victoria es preciso, entre otras cosas, que por encima de las diferenciaciones naturales, hombres y mujeres afirmen sin equívocos su fraternidad.

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